viernes, 27 de julio de 2012

De vuelta :)

¡¡¡¡Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!! ¿Qué tal habéis estado estos días? Bueno, si preguntáis por mí, relax total yeah jaja. He estado fenomenal, pero he tenido esto super abandonadillo... Mañana mismo me pongo a seguir trabajando en el capítulo 9 (a ver si me viene la inspiración divina) y para el lunes (o quizás antes muahaha) lo tendréis aquí. Pasaos a verlo. Muchísimas gracias de nuevo por todoooo :) Me alegra ver lo bien que va progresando esto... Aunque aún tengo pocos followers je,je (pero yo espero que haya más por ahí que me siguen). En fin, nada más, disfrutad del verano, y las vacaciones... Y el lunes me tenéis de vuelta aquí.
UN BESO ENORME :)

martes, 17 de julio de 2012

Capítulo 8: Una sonrisa manchada de lágrimas.


Peeeeeeeeeeerdonadme. Ayer me quedé sin Internet y no conseguí por ningún medio de poder publicar algo. No me entretengo, que a las diez menos cuarto me voy. Pasadlo bien, disfrutad del verano (y de mi capítulo jeje) y nos vemos el día 30, que será cuando intente subir el nuevo capi. Un besazo y gracias a todos los que me leáis :)
Abby terminó su frase y se inclinó sobre Jay. Lo besó.
Kath trató de esbozar una sonrisa.
-Yo no… Esto, que él y yo… No somos nada.
-Ya procuraré yo de que sea cierto- y se volvió a inclinar para besarlo.
Kathleen volvió a intentar mostrar una sonrisa en su rostro, pero esta se vio empañada por las lágrimas. Salió del restaurante, viendo a lo lejos cómo se acercaban las primeras nubes que indicaban que volvería a llover por su culpa.
Jay apartó a Abby de su rostro.
-¡¿CÓMO TE LO TENGO QUE DECIR, ABBY?! ¡QUE NO QUIERO NADA CONTIGO!
Al tiempo que decía esto, la cafetera de detrás de la barra explotaba, supurando un par de litros de café hirviendo. Aquello, para quien lo supiera, indicaba que Jay estaba al borde de un ataque de ira.
-Yo… Es que… Pensé que te gustaba…
-¿Quién, tú? No, a ver, cómo decírtelo- resopló- me gusta ella. Kathleen Gray. Y nadie más, ¿vale?
-Jay, pero…
-Ni peros ni nada. Ya lo sabes. Lo siento mucho si lo has malinterpretado alguna vez. Mejor que te vayas y no me hables más.
Abby se marchó, con el rabo entre las piernas maldiciendo a Kathleen Gray y Jay Dennison con todas sus fuerzas.
-Quédese el cambio- le dijo Jay al camarero al tiempo que le pagaba. Se marchó también.
Se sentía cansado y deprimido. Se sentó en el autobús en la última fila, solo. Trató de evitar la mirada de Abby y encontrar la de Kath, pero esta última solo se dignaba a oír a Vanessa hablarle del grado en Bioquímica que pensaba cursar en Oxford dentro de dos años. De acuerdo, Kathleen y Abby lo odiaban, aunque de la última le importaba bien poco. Si hubiese reunido el valor para haberle dicho claramente a Kath que era ella quien le gustaba…
El autobús paró y se bajaron. Volvió a intentar que su mirada y la de Kathleen se cruzaran, pero volvió a fallar en el intento. Ella iba enfrascada en leer algo que había en la pantalla de su móvil.
¿Cómo llevas el finde? :) Me he acordado de ti porque he encontrado una pulsera azul noche (tu color favorito, ya me lo he aprendido, eh) para los capricornio, como tú. Me he tomado la libertad de regalártela jaja. Sinceramente, es que paso más tiempo de tienda en tienda que en casa de mis abuelos. ¿Sabías el rollo que es oír veinticuatro horas a un hombre hablar sobre prótesis dentales y comida sin sal? La próxima vez te prometo que te vienes conmigo, ¿eh? Un beso y disfruta por mí, fea. Sissie ^^
Kathleen leyó apesadumbrada el mensaje y contestó:
Mal, todo mal fea. Cuando vuelva te contaré (problemas del ♥). Gracias por la pulse, yo te he comprado unos guantes grises en la ciudad. Espero que te gusten. Ya hablamos. Un beso loca (K) Kath :D


-Kathleen…
-No tengo ganas de escuchar tus excusas, Jay- respondió con un tono más hueco del que le gustaría, sin volverse siquiera.
-Pero es que lo que ha pasado…
-¿El qué, lo que ha pasado, qué?- se giró y estalló con lágrimas en los ojos- ¿Me lo vas a negar? Si te gusta Abby, es tu problema, pero lo que de verdad me duele es que me mientas así.
-Kathleen, a ver, yo, esto, cómo decirlo… Abby no me gusta. No sé por qué hace eso. La que me gusta…
-No me tienes que dar explicaciones. Recuerda, tú y yo no somos nada, ni lo seremos jamás.
Kathleen le volvió la cara y se marchó.
-La que me gusta eres tú- dijo Jay en un susurro apenas perceptible. Se sentía hundido y gris, al igual que el día.
Jay se paró. Tenía un recuerdo. Vio a un joven hombre y una joven mujer, en una habitación de hospital. La mujer reía y decía “¿Dónde está la bebé más bonita del mundo?”. El hombre, feliz, sonreía. “Esa eres tú, ojitos verdes”. De repente veía a la mujer coger en brazos a un bebé de pocos días, quizás horas, gordito y de mejillas sonrosadas, con el pelo un poco rizado y claro, y los ojos verdes.
La visión cesó. Jay sintió una tremenda paz interior. Aquella bebé de ojos verde aguamarina y piel aterciopelada no podía ser otra que Kathleen. Entonces, aquellos debían ser sus padres biológicos. ¿Tendría que contárselo? Quizás fuera feliz al saber que sus padres eran dos personas hermosas y enamoradas, que la querían. No, claro, por algún motivo que en la visión él no veía, ellos desaparecieron y la dejaron sola. Seguramente si le contaba aquello, la quemaría tanto por dentro como a él si le mentaban a sus padres biológicos.
                                                               -○-
-¿Qué quería? Porque me ha mandado llamar, verdad.
-Siéntate- refunfuñó un hombre de mediana edad a una chica adolescente- ¿Qué ha pasado? Llueve y hace a la vez un calor sofocante. Son sus poderes, pero no recuerdo si pasaba eso cuando estaban tristes o felices.
-Creo que era cuando estaban tristes. O, por lo menos, ella debe estarlo, por lo que les he hecho en la ciudad.
-¿Qué? ¿Qué estaban juntos en la ciudad?
-Sí… Los encontré tomando un chocolate y riéndose en una cafetería, como dos tortolitos. Quien no los conociera, hubiera jugado su cuello a que eran una pareja.
-¡NO! ¡Mierda! Eres una completa inepta. ¿Y si se han rozado, qué, eh?
-Lo dudo mucho. Estaban bien separados el uno del otro. Tenían los pies pegados a la silla. Además, yo me encargué de fastidiarles el momento.
-¿Segura?
-Sí; creo que la ojos de moco se quedará quietecita por una temporada. Pero el rubiales es harina de otro costal. El muy pesado seguro que seguirá insistiendo.
-Me alegra ver que al menos vas haciendo algo bien, so inútil. Por cierto, ¿cómo que harina de otro costal?
-Pues que está obsesionado con la rubia flacucha esa.
-Mierda otra vez.
-¿Qué ocurre?
-Creo que eso no se había dado nunca. Los dos idiotas de Gill y Cedric estaban loquitos el uno por el otro pero hasta que no juntaron sus manos por accidente, nunca habían hablado ni nada. Temo que estos dos tontainas se enamoren de verdad. Se volverían demasiado peligrosos. Ahora, más que nunca, tienes que separarlos. ¿O acaso no quieres la inmortalidad?
-Sí, claro, pero es que yo…
-¡Pero es que nada! ¡Eres una total idiota! Sin embargo, eres lo único que nos queda para mantener a la señorita ojos de moco separada del rompecorazones.
-Está bien, pero…
-¡Que te dejes de peros, niña!
-Pero, ¿me quiere escuchar?
-No. Sube y me vigilas a la rubia. Shhht, venga.
La chica subió las escaleras aún refunfuñando. Si el hombre la hubiera escuchado, le habría podido decir lo que el otro día descubrió debajo de la cama de la chica, que aquella tarde había desaparecido.












lunes, 16 de julio de 2012

Capítulo 7: "Pan con margarina y cacao para merendar, por favor".

Capítulo 7: "Pan con margarina y cacao para merendar, por favor".

¡Buenos días cielos! ^^ Bueeeeno, espero que disfrutéis el capítulo. ¿Me ha quedado demasiado "romántico"? Es lo que tiene escribir después de ver 3MSC xD. En fin, espero que os guste y, ¡ah!, otra pequeña noticia, que será buena si queréis perderme de vista y mala si estáis sedientos de capítulos nuevos... Mañana, como ya creo que dije, me voy a la playa (weee), creo que estaré hasta el 27, aunque quizás mi estancia se alargue, pues estaré con unos amigos que viven fuera. Entendedme, con todo esto no creo que pueda publicar (trataré de tomar ideas para nuevos capítulos cuando vuelva), peeeeero, como quiero compensaros, hoy subiré capítulo doble. Así que pasaos esta tarde por aquí para leer el 8º. ¡Feliz verano a todos y un beso! :)
-Señorita Gray, termine de arreglarse y baje ya, que el autobús sale en quince minutos- la apremió doña Ida.
-Sí, ya voy.
Kathleen terminó de meterse el jersey de cachemira verde manzana y se sentó en la cama. Sacó de debajo de la almohada la fotografía de los dos chicos que había encontrado cuatro días atrás en la cabaña, la desdobló y le pasó un rápido examen con la vista. Vale, no había sufrido desperfectos. La tenía que aguantar tal cual hasta encontrar un anuario antiguo para confirmar sus sospechas sobre si aquellos eran Gill y Cedric; y, si así era, hasta enseñársela a Jay. Así que la guardó en uno de sus tres cajones del armario, el único que tenía cerradura, y se colgó la llave en el cuello a modo de colgante. No se fiaba de Abby; ya la había visto varias veces observándola de reojo.
Bajó abajo al recibidor. Era sábado y, como siempre en el Internado Brotherhood, los chicos que no se fueran durante el fin de semana a sus casas, tenían libres las tardes para bajar a la ciudad. Un autobús los esperaba en la puerta. Ella, de buena gana se hubiese sentado con su amiga Sissie, pero ésta sí se iba durante los fines de semana a su casa; en concreto, ese fin de semana estaba en Oxford con sus abuelos. Como no tenía ganas de compartir asiento con la odiosa pelirroja, terminó por ponerse al lado de Vanessa, una chiquilla feúcha y muy estudiosa, la típica nerd de la clase.
El trayecto fue bastante aburrido: Vanessa no era muy habladora, y cada vez que Kath intentaba sacar conversación, ella lo desviaba a los estudios, y a las clases… En la ciudad, tampoco mejoró la cosa: Kath había vivido toda su vida en el Orfanato de un pueblo diminuto a pocas millas de Londres, pero apenas había estado en la gran ciudad en una ocasión, con una familia de acogida (con la que no salió ni al umbral del apartamento), y las pocas veces que tenía dentista, médico, compras extraordinarias o un día de cine, en las que nunca había salido del centro comercial más cercano a la periferia. Por tanto, se sentía completamente perdida y vagó de un sitio a otro, observando imágenes.
Después de un rato, cuando por fin consiguió situarse, la cosa empezó a mejorar. Entró en varias tiendas y compró un suéter muy alegre y unas botas para ella, y unos guantes grises para Sissie; visitó un parque cercano en el que dio de comer a las palomas; y hasta tomó varias fotos. Tras una hora más o menos, sintió su estómago protestar. ¡Había olvidado por completo la merienda!
Se coló en una cafetería algo retro que no tenía demasiada mala pinta, y se sentó en una silla color huevo, en una mesa bastante espaciosa.
Comenzó a mirar encantada a todas partes. Se veía gente interesante por todos los rincones del café, con alguna anécdota que valiese la pena contar. De acuerdo, le gustaba la ciudad.
Se dispuso a mirar la carta. Había mil y un tipos distintos de chocolates calientes, cafés, zumos, infusiones… Por no hablar de la carta de dulces, donde leía cosas que parecían apetecibles solo por el nombre.
Se encontraba degustando visualmente la foto de una tarta de yogur y fresas cuando una voz la sorprendió por la espalda:
-¿Sabes la cantidad de calorías que tiene un pedacito de esa tarta, pequeña?
-Bueno, por un día que salgo creo que puedo permitirme un pequeño gustito.
-¿Me puedo permitir yo el gustito de sentarme aquí contigo?
Jay se acomodó en la silla de enfrente a la de Kath. Ésta encogió los pies y las manos.
-Jay… Se supone que tú y yo… No debemos, ya sabes, hablar y esas cosas.
-Se supone que “no debemos tener acercamientos, pero creo que sentarme a un par de metros de ti es legal”.
Kathleen se sonrojó un poco con aquella imitación de sus palabras en días anteriores.
-Pero… Y si… ¿Y si nos pillan?
-¿Quién nos puede pillar? ¿El vejestorio de Warwick? Ese estará demasiado ocupado contando los billetes que le pagan los “papis” de sus alumnos. ¿O, quizás, la Applewhite? Creo que ni siquiera venía hoy como vigilante en el autobús. Aunque, si tanto te molesta mi compañía, yo…
-¡No! Solo que… ¿No era que tú y yo no podíamos ser amigos?
-Bah, total, tampoco creo que nos hagamos uña y carne por tomarnos un café en la misma mesa.
Kathleen sonrió y finalmente cedió. En realidad, pasar la tarde con su guapo compañero era lo que más le apetecía en todo el mundo. Jay le devolvió la sonrisa. Para él también sería un placer pasar la tarde con la chica de los ojos verdes.
-¿Qué les pongo de tomar?- les interrumpió un camarero bajito, moreno, y con un fuerte acento latino.
-Yo quiero un descafeinado con mucha azúcar y pan con margarina y cacao, por favor.
-¿Pan con margarina y cacao? ¿Qué es eso, Jay?
-Sí, yo tampoco conozco esa receta, señor.
-Muy sencillo: una tostada calentita, cubierta de margarina. Y, encima de la margarina, le espolvoreas el cacao que se utiliza para hacer chocolate caliente.
-Vale…- dijo el camarero sin levantar la vista del cuaderno donde anotaba las indicaciones de Jay.
-Tú… Tú no estás loco, ¿no? ¿Eso es comestible?
-Es el mayor manjar que tú pruebes en tu vida. De eso era de lo que me alimentaba cuando vivía en el orfanato.
-Está bien. Póngame a mí otra tostada de esas y un suizo con bastante nata.
-De acuerdo, ahora se los traigo.
-Como no esté bueno te enteras, rubio.
-Ja, ja, te puedo asegurar que después de probarlo me vas a besar los pies.
-Mejor te los debería besar otra persona, ¿no?
Aunque la intención de Kathleen no fuese esa, su tono sonó demasiado cortante. El rostro de Jay se ensombreció.
-Kath… De verdad que yo no tengo nada con Abby. No sé por qué me besó aquel día. Supongo que yo le gustaré y ella se hizo ilusiones donde no las había.
-Si se hizo ilusiones debió de ser porque alguien se las dio, solo te digo eso, piénsalo Jay. No digo que lo hicieras queriendo pero…
-No se pudo hacer ilusiones porque a mí precisamente me gusta otra persona.
-¿Ah, sí, y se puede saber quien es?
-Pues es una chica…
-¿Enserio? Oh, Dios, qué fuerte. Pensé que quizás te sintieras atraído por un gato.
-Kathleen, ¿podrías tomártelo enserio, pero de verdad?
-Valeeeee…
-Pues, como te decía, es una chica. Bueno, no es cualquier chica, es la más increíble que haya conocido nunca. Es guapa, atractiva, inteligente, simpática, dulce, divertida… Perfecta, vamos.
Apareció el camarero y dejó la merienda en la mesa.
Jay le dio un fuerte sorbo al café y se achicharró la lengua.
-¡Au! ¡Cómo quema!
-Deberías estar acostumbrado al calor- contestó Kath con una sonrisa pícara- Ya sabes… Tú mismo lo produces.
-Por raro que parezca, me encantan las bebidas frías, muy frías.
-Bueno, en realidad, a mí me gustan calientes, muy calientes- le dio un sorbo al chocolate y continuó- y yo suelo producir algo más bien parecido al frío.
-Prueba mi súper invento, ¿no?
-Venga… Mmmm, Dios, Jay, qué buenísimo que está esto.
-Te lo dije…- le respondió él, con evidente tono de satisfacción en sus palabras- Oye, y ¿de qué estábamos hablando?
-Pues de la chica que te gusta- se apresuró ella a contestar. Lo cierto era que tenía ganas de averiguar quién era aquella chica- ¿Yo la conozco?
-Claro.
-Y… ¿Quién es? Por curiosidad, vamos.
-No te lo puedo decir. Si algún día ella se quita la venda y lo descubre, quizás te lo pueda contar. Oye, y tanto preguntar, preguntar, ¿qué pasa, que a ti no te gusta nadie, ojos verdes?
Lo pensó un momento y respondió rotunda:
-No.
-¿Ah, no? No me creo eso. ¿No me estás mintiendo?
-No, no te puedo mentir porque no me gusta nadie. Yo estoy… Enamorada de alguien.
-¿Enamorada?
-Sí, del chico más maravilloso, y guapo, e inteligente, y agradable y… Y más fantástico del mundo.
-Ah… Y es…
-Pues… Er…
-¿Qué hacéis, chicos?
La irónica voz de Abby los sacó de la conversación.
-Abby… ¿Qué haces aquí?
-Vigilar que no me quiten lo que es mío, ojos de moco.






















domingo, 15 de julio de 2012

Capítulo 6: El tiempo deja su huella.


Hola :D ¿Qué tal estáis? Yo ando con una rodilla vendada fuuuu :( Me he caído (Bravo, Julia, Bravo). Quizás venga bien, porque como ayer no pude ir a la piscina, he aprovechado y tengo algunos capitulillos más. Por suerte (para mí) mañana ya me quitan la venda. Ah, voy avisando, que probablemente mañana suba dos capítulos (7 y 8) porque el martes me voy de vacaciones. Nada más, lo de siempre, disfrutad ^_^
-A la de Literatura se le ha ido hoy la pinza. ¡Tú te crees la cantidad de deberes que nos ha puesto! Más estudiar, porque como esa pone exámenes sorpresa cada vez que le da la gana…- iba diciendo Sissie a la salida de la última clase. Aunque ella era una chica muy charlatana, esta vez estaba tratando de sacar tema de conversación porque veía a sus dos amigas muy… Silenciosas- Bueno, venga ya, ¿qué os pasa a vosotras dos?
-Los tíos, que son idiotas. Que prometen, prometen, pero luego…- comenzó a refunfuñar Abby.
-Pues anda que las supuestas amigas- recalcó Kathleen.
-Perdona, rubita, pero, ¿quién ha dicho que tú y yo seamos amigas? Además, aunque lo fuéramos, no tengo por qué contenerme delante tuya; porque tú se supone que no quieres nada con él. ¡Ah, lo olvidaba! Que tú si lo quieres, pero él pasa de ti…
Kath la miró con odio. Vale, Abby era una completa cretina.
-Hola, chicas- apareció por detrás un nervioso Jay- Sissie, Kathleen, ¿podéis venir conmigo?
-Muy bonito, cariño. ¿Y a tu novia, qué?- comentó con desprecio Abby.
Jay la miró con coraje. Fue esa mirada la que le hizo entender a Kathleen que él no sentía nada por su compañera, y la que le hizo decidirse a acompañarlo.
-¿Vamos, Sissie?
-Claro, ¿adónde?
-Seguidme- les indicó Jay.
-¡Vale, adiós eh, yo también os quiero! Yo os guardo el sitio en el comedor, cielos míos- oyeron decir a Abby mientras ellos corrían por el pasillo.
-Keegan nos espera en la puerta de la biblioteca. Sissie, mientras él nos vigila que no entre nadie más, tú tienes que sacar a la bibliotecaria y entretenerla un rato.
-¿Y para qué?... ¿Qué te ha pasado Jay?- preguntó Sissie, desconfiando del chico.
-Callum. Nos peleamos, se dio un golpe con una estantería en la cabeza y está inconsciente. Lo escondí en la biblioteca y necesito vuestra ayuda para sacarlo.
-¿Y, entonces, para que me traes a mí?- inquirió Kath.
-Necesito… Tu… Ayuda especial para reanimarlo.
Con eso, Kathleen entendió que se refería a alguno de sus poderes, aunque ella nunca los había utilizado para reanimar a ningún muerto.
Llegaron y allí, puntual, estaba Keegan.
-Venga, venga, entrad.
Kathleen y Jay pasaron primero y se sentaron en una mesa (siempre bien separados el uno del otro), como si estuvieran estudiando. Al momento entró Sissie.
-¡Señorita Margaret, señorita Margaret!- venía corriendo y se paró delante de la mesa de recepción.
Margaret levantó la vista de un pesado libro, se atusó el pelo y se colocó las pesadas gafas.
-¿Sí, Cecilia?
-Necesito su ayuda. Es que… Quiero que me acompañe a mi habitación.
-Lo siento, Cecilia, pero he recibido instrucciones de doña Ida muy precisas: no puedo salir de aquí a no ser que sea una emergencia.
-Es que… Esto es una emergencia… Eh… Yo saqué un libro el otro día y ahora en su lugar hay una versión muy parecida pero yo creo que no es la misma, y alguien me ha robado la original. Necesito que usted me acredite que es el libro que me prestó la biblioteca.
-Cecilia, ¿y no podrías traerme tú el libro hasta aquí? Además, ¿para qué va a querer alguien robarte un libro de la biblioteca?
-Oh, no, es que… Tiene que acompañarme porque vaya a ser que quien sea esté escuchando ahora mismo y vaya a cambiar de nuevo el libro para cuando yo se lo traiga que usted me ponga de… Mentirosa.
-Cecilia, ¿de qué estás hablando? Explícate…
-Que- bajó la voz- la nueva, Kathleen, me odia. Creo que me ha robado el libro para que tenga que pagar uno nuevo. Y… Como está ahí escuchando, seguro que ahora va a cambiar de nuevo el libro y cuando yo se lo traiga dirá usted que soy tonta.
-No tiene ningún sentido lo que me cuentas pero, si te pones tan pesada, iré contigo. Ahora vengo, chicos.
Kathleen y Jay asintieron con la cabeza y, en cuanto salieron por la puerta, se dirigieron al armario. Jay sacó el aún cuerpo “dormido” de Callum. Kathleen se mantenía un poco más detrás, no quería rozar con Jay.
Jay lo tumbó en el suelo.
-Jay… Yo… Nunca he reanimado a nadie. ¿Por qué tendría que hacerlo ahora?
-Porque la verdad es que le di una sacudida eléctrica y por eso está así. Si tus poderes son los contrarios a los míos, se supone que tú podrás devolverle la consciencia.
-Bueno… A ver.
Kath concentró su mente. La realidad es que sus poderes solían ser fruto de los cambios de estado, pocas veces había provocado algún fenómeno a conciencia. Y, aparte, ¿qué podía hacer para devolverle la vida a aquel chaval? Tal vez… Sí, quizás funcionara.
Puso sus manos en la frente de Callum, y procuró enfadarse por todos los medios. Pensó en sus padres, que la abandonaron al nacer; en todas esas familias que nunca la quisieron adoptar; en aquellos niños del Orfanato, que la solían llamar rarita, Ojos Moco, y una gran variedad de insultos, a causa de sus dones especiales; en Warwick Plassmeyer, el hombre que le había prohibido acercarse a Jay; y, sobretodo, en Abby, en la estúpida Abigail Rumsfeld que quería por todos los medios hacerla sentirse mal.
Jay no entendía lo que estaba intentando hacer, pese a que era muy simple: cuando ella se enfadaba, podía o provocar una fuerte tormenta, o hervir el agua. Si la sangre era líquida, quizás calentándola volviera a circular con mayor fluidez. Y, en efecto, así fue.
-¿Qué… Qué ha pasado?- preguntó aún medio adormilado- Recuerdo un fuerte dolor en el pecho y luego… Sentí estar como flotando…
-Pero, Callum, ¿no te acuerdas? Cuando terminamos Educación Física, vine aquí, me seguiste y nos peleamos. Te resbalaste con el suelo mojado, caíste y te desmayaste.
-Y… ¿por qué no me habéis llevado a la enfermería?
-Porque… Como antes de caerte Jay y tú habíais estado discutiendo cuando te resbalaste, no queríamos que os castigaran por pelearos. Así que le hemos dicho a los profesores que tenías unas décimas de fiebre y estaba en el cuarto. ¿Vamos a tu habitación? Será mejor que descanses…- se apresuró a contestar Kathleen. Su idea era desviar el tema, cuanto más mejor.
-Está… Está bien…
Salieron por la puerta a la vez que entraban la señorita Margaret y Sissie. La bibliotecaria no traía cara de muchos amigos.
-¡Cecilia, no me lo puedo creer! ¿Me has hecho abandonar mi trabajo por esa tontería? ¡Pero si se notaba perfectamente que el libro era el que te dimos en la biblioteca! ¡Tenía hasta el sello!
-Ya le dije… Lo habrá cambiado…
-Si ha estado en la biblioteca… ¿¡Cómo lo va a cambiar!? ¡Vete, anda vete que no quiero verte en una temporada!
Sissie se volvió y se colocó entre Jay y Kath, que caminaban a unos tres metros el uno del otro.
-Me debes una, rubiales.
-Más bien nos deben una- detalló Keegan- He tenido que echar a Abby casi a patadas de la puerta, y después ha aparecido la cacatúa. No sé lo que le hará ahora a la pobre Margaret por “volver a escaparse”.
                                                                 --
La tarde se antojaba un poco fresca y húmeda, en especial por aquellos bosques cercanos al Internado.
Kathleen caminaba por la cuenca del río que discurría en medio del conjunto de pinos. Había conseguido zafarse de la cotilla de Ida, para salir a dar una vuelta. En el Internado no soportaba la idea de tener que pasar las dos horas libres de la tarde  en el mismo lugar que Abby; además, quería aprovechar y salir por ahí a indagar. Algo le decía que los legendarios Gill y Cedric, eran los chicos que recordó ver escapar del Internado en medio de la tormenta y después vio en el desván, deprimidos y casi muertos.
Siguió paseando por el bosque durante hora y media más, hasta que de repente se paró. Allí en medio, apulgarada por el frío y el agua, se encontraba, escondida entre dos árboles, una pequeña cabaña. De madera, se notaba que habrían pasado más de veinte años por ella, y estaba cubierta de una capa mohosa. No ocuparía más de siete metros cuadrados. Parecía que el que la hiciera, fue simplemente por refugiarse durante un período más bien corto.
Sin pensarlo más, Kathleen se coló dentro.
Como bien había pensado, el que hizo la cabaña, no pensó en pasar allí demasiado tiempo. Dentro solo  había un par de mantas llenas de musgo y hormigas, y un poco de leña (suponía que para hacer fuego). Después, había en otro rincón varias latas de comida y café vacías. Vale, aquello no le servía.
Un momento…
Kathleen cogió una de las mantas. Le sonaba el dibujo de patchwork que tenía. Los dos cervatillos entrelazados en medio de un prado anaranjado no debía ser un dibujo muy común. Pero, ¿de dónde le sonaba? ¡Claro, debía ser la manta de los chicos que ella recordaba! Entonces… Sí estaba donde debía estar.
Levantó la manta y encontró algo que le interesaba aún más: una fotografía. Estaba amarillenta y borrosa por el paso de los años, pero todavía se podían distinguir las caras de los chicos. Él, con unos grandes ojos azul celeste y una sonrisa perfecta; ella, con la melena ondulada y rubia, y las mejillas sonrosadas. Sí… Aunque no se viera nítidamente, los bellos rostros de aquellos chicos los hubiera reconocido en cualquier parte. Ellos eran los dos que, en ocasiones había visto Kathleen, y los que creía que serían Gill y Cedric. Aquello probaría, pues, que estuvieron allí durante algo de tiempo.
Kathleen cogió la fotografía y se marchó. Empezaba a oscurecer y tenía que volver para la hora de cenar. Sin embargo, iba feliz. Sí, puede que el tiempo dejara su huella y la foto no fuese una prueba muy clara, pero era justo lo que necesitaba para ponerse a investigar y averiguar de buena vez qué tenían de relación su historia y la de Jay con la de ellos dos.
No sabía la cantidad de problemas que podría llegar a causarle aquel pedazo de papel amarillento.



sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 5: El accidente.



Buenaaaaaas :) Siento si alguien se esperaba ayer capítulo y no subí, pero pasé el día en casa de mis primos y después por la noche salí a cenar con mis amigas (entendedme, era viernes por la noche jajaja); aunque de todas formas yo ya advertí que subiría más bien cada dos o tres días. En fin, que me alargo: disfrutad el capítulo y muchísimas gracias por leerme :D ¡Un besazo!

-¡Vamos, vamos, vamos! Ciento treinta y tres, ciento treinta y cuatro, ciento treinta y cinco… ¡Seguid corriendo, pandilla de zánganos!- la voz del profesor de Educación Física resonaba por toda la pista.
Correr durante hora y media por la pista de Atletismo ya era de por sí una tortura en días normales, más cuando los termómetros rozaban los treinta grados. Las chicas usaban sus tops más cortos, y algunos chicos ya hasta se habían deshecho de la camiseta. Todos se preguntaban cómo a finales de septiembre que estaban, en Inglaterra podían alcanzarse semejantes temperaturas. Bueno… Todos no.
Kath no había dejado en todo el tiempo de observar las gotas de sudor recorrer las sienes de Jay. El calor subía y bajaba conforme lo hacían esas gotas. Ella sabía que, del mismo modo que ella provocaba lluvias, él arrastraba consigo olas de calor. Desde la parte de detrás de la carrera, trataba de enviar un poco de lluvia con el pensamiento, pero no servía. Con los poderes de Jay interfiriendo con los suyos, apenas logró que cayeran dos gotas que no resultaron ni perceptibles siquiera.
-La culpa es del nuevo- oyó mascullar a un cansado Callum- desde que llegaron él y la otra pava, todo el día están ocurriendo cosas extrañas.
En cierto modo, era verdad. Ni Jay ni ella eran personas normales. Pero eso nadie lo debía saber. A excepción del director, claro, y de su magnífico plan para separarlos. Bien pensado, debería hablar con Jay sobre ello. La historia de Gill y Cedric le hacía plantearse muchas cosas.
Media hora después, treinta adolescentes se encontraban tendidos sobre el césped, fatigados y rendidos tras una larga carrera y una ducha con agua helada.
Jay y Keegan conversaban (o, al menos, intentaban hablar sin quedarse sin aliento), cuando Kathleen los interrumpió.
-Hola. Keegan, ¿nos dejas un momento a solas, por favor?
-Sí, claro, chiquitina. Cuídamelo. Cuando terminéis, estoy allí con Sissie.
-Gracias. Hola, Jay, necesito hablar contigo, ¿me puedo sentar?
-En teoría tú y yo no debemos estar cerca…
-No debemos tener acercamientos, pero creo que sentarme a un par de metros de ti es legal.
-Bueno, por mí no hay problema. ¿Qué quieres?
-Hace calor por tu culpa, ¿a que sí?- susurró.
-¿Tú como lo sabes?
-Porque al igual que cuando tú cambias de humor provocas cortocircuitos en la luz, fuego o calor, yo provoco lluvia, o agua congelada y hervida. Te he observado y sé que eres como yo. Además, Plassmeyer me dijo que no me podía acercar a ti porque no sabía cómo reaccionarían esos poderes nuestros.
-Vaya, una chica lista, sí señor. Ya, en fin, a mí también me dijo lo mismo. Yo pensé que tú tenías los mismos poderes que yo, y lo que querían evitar era el choque de gente paranormal igual. Ya sabes, por eso de <<los iguales se repelen y los opuestos se atraen>>. Aunque en realidad a mí me parece una tontería, ¿no crees?
-Eso mismo quería decirte. Que no tiene mucho sentido. Ya hicieron lo mismo hace treinta años con dos chicos como nosotros y la cosa acabó en tragedia. De todas formas, creo que sin investigar, sería mejor que siguiéramos las instrucciones de Plassmeyer. Tal vez sea peligroso que nos toquemos. Así que me voy antes de que…- se levantó de la hierba e hizo ademán de darse la vuelta.
-¡Espera, Kathleen!
-Dime.
-Pues, esto que me gustaría si pudiéramos alguna v…
La frase quedó en el aire. A ambos les sorprendió una mata de pelo rojizo que se abalanzó sobre Jay. Abby.
Le dio un beso pasional y se despegó a tiempo para ver cómo se marchaba Kath, triste, a la vez que el cielo se oscurecía.
-¿Qué haces, gilipollas?
-Mi amor, yo…- empezó a responder, cabizbaja.
-¿¡MI AMOR!?¿De verdad crees que tú y yo somos algo? ¡Tú no eres más que una macarra de poca monta! Sí, eres guapa, agradable y divertida, hasta ahí. Me pareces atractiva, pero ni remotamente me gustas. ¿Qué estás haciendo?
-¡Pues si yo me he hecho ilusiones ha sido por tu culpa, so gilipollas! Todos los tíos sois iguales- gritó, y se marchó llorando avergonzada. No estaba acostumbrada a ser rechazada así. Más cuando tenía que conquistar a ese chico en concreto.
Jay se fue también. El desencuentro con Abby lo puso muy nervioso.
Corrió y se marchó camino del desván. Había escuchado que allí se encontraba un libro en el que se recogían las “Leyendas del Brotherhood”. Debía averiguar cuanto antes si los chicos de hace treinta años que le había nombrado Kath, aquellos que se parecían a ellos, eran seres reales. Pero su viaje no llegó a buen puerto.
-¿Qué haces ahí?- oyó una voz tras de sí, cuando estaba a un paso del primer escalón a la buhardilla.
-¿Y qué haces tú siguiéndome, Callum?
-Es que no me fío un pelo de ti, guaperas- le acusó con un dedo- desde que llegaste están sucediendo cosas raras. Mira, si te traes algo raro entre manos, ahora mismo me lo dices. Si me mientes, ten por seguro que iré al director. ¡Qué querrás buscar tú ahí arriba, niñato!
Después del altercado anterior, Jay estaba tenso y con los nervios a flor de piel. Lo único que necesitaba ahora era al acusica de Callum siguiéndole los pasos y amenazándolo con chivarse.
-Mira, Callum, baja los humitos, eh. ¡Que estás equivocándote y mucho conmigo!- le recriminó. Le dio un fuerte empujón.
…Y entonces sucedió. De las manos de Jay salieron disparados, como si de un láser se tratara, largos hilos de electricidad. La sacudida llegó hasta Callum, y lo dejó tendido en el suelo, completamente inconsciente.
-¡Callum!- gritó asustado- ¿Callum estás bien? Oh Dios mío, ¿Qué he hecho? ¿Callum? ¿Estás vivo?
Se relajó al oír los latidos de su corazón, lentos, pero a fin de cuentas latidos. Sin embargo, tenía un medio fiambre en los brazos. ¿Qué hacía ahora, lo llevaba a enfermería? “Claro que sí, Jay, tú lo llevas y dices <<Buenos días, aquí les traigo el cuerpo sin consciencia de mi compañero de habitación. ¿Qué por qué está así? Oh, nada, es que le di una sacudida eléctrica con mis manos>>. Qué idiota eres. Bueno, podría decir que nos peleamos, pero entonces me llevaría un severo castigo y…”. Tuvo que interrumpir sus pensamientos. El chirriante sonido de unos tacones se aproximaba hacia allí. Sin pensarlo, arrastró el cuerpo casi inerte de su compañero hasta el armario más próximo que encontró. Tuvo que sacar a velocidad fugaz varias enciclopedias para poder meter a Callum, pero finalmente lo consiguió.
-¿Qué hace, Dennison?
Los ojos avellana cubiertos de eyeliner de Ida Applewhite le miraban expectantes, esperando alguna respuesta.
-¿Yo? Bueno pues yo… Nada… Buscaba… Eh… Una enciclopedia, sí- dijo cogiendo uno de los tomos que había dejado tirados por el suelo- Para un trabajo de clase, ya sabe.
Los sorprendió el breve tintineo de la luz de una de las LED que colgaban del techo. Jay sabía el significado de aquel parpadeo: estaba a punto de estallar en tensión; pero supo bien cómo disimularlo.
-¿Y usted no sabe que ha terminado el intercambio de clases? ¡Usted debería estar ahora mismo en clase!
-Sí, ya… Pero es que  se me ha hecho un poco tarde buscando el libro. No pasará más, se lo prometo.
-Ya, ya, eso espero. ¿Y donde está Margaret, la bibliotecaria?
Jay elevó brevemente los hombros, como indicando que no tenía ni idea.
-Probablemente comiendo.
-Con que comiendo, eh… Se va a enterar la señoritinga esa cuando yo la pille… Se acabaron aquí tantos descansitos, ¡hábrase visto! ¡Con el dineral que le pagamos y todo el día por ahí! Y encima como me tiene esto, con todas las enciclopedias desparramadas por el suelo y las luces que parecen un baile de borrachos… ¡Se va a enterar, sí señor!
Mientras Jay volvía a clase, tuvo que ir escuchando los desvaríos de Ida y sus continuos ataques contra la pobre Margaret. Se sintió culpable. En realidad, el único pecado de Margaret había sido tardar demasiado en volver de comprarse un sándwich. Todos los demás problemas corrían a cuenta suya.
Los sentimientos de culpabilidad se le desvanecieron cuando entró a la clase y tuvo que explicar dónde estaba Callum, que lo habían visto por última vez siguiéndole. “No se encontraba bien”, mintió, “Está descansando en el cuarto”.
Vale, había colado, pero él tenía escondido un chico en el armario de la biblioteca. ¿Cómo lo sacaría de allí sin levantar sospechas? Y, ¿cómo lo reanimaría? Peor aún, que le hubiese vuelto la consciencia, saliera solo del escondite y lo delatara. No, suponía que con la fuerza que le había dado la descarga, Callum “dormiría” varias horas.
El problema residiría más bien, en si no lo habían encontrado ya. Entonces sí que tendría que dar explicaciones.