martes, 16 de octubre de 2012

Capítulo 11: La otra cara del espejo.

Gud nait, ja guar yu tudei? (Nota: se me suele dar bien el inglés xD) ¿Cómo están mis corazoooooones? He tardao' un poquitín en subir, vale, lo sé, pero teniendo en cuenta que la última vez tardé un mes y medio no está tan mal xD. Espero que lo disfrutéis mucho, ha sido un capítulo muy difícil de escribir porque tengo muchísimas ideas, pero no las puedo contar todas de golpe y tengo que ir metiendo cosas poco a poco. Creo que os va a gustar, en mi opinión es de lo mejor que he escrito hasta ahora, en especial por una escena que ha sido muy difícil pero interesante de crear. Esta escena también me ha servido como inspiración para una nueva idea para el próximo capítulo, que será bastante diferente de lo que he escrito hasta ahora (tranquilos, en la siguiente ronda os cuento detalladisísimamente) :) Por cierto,quería comentar, la fotografía de este capítulo es importante (o al menos lo era), puesto que la buhardilla de la biblioteca será un sitio clave de la historia. Ahora, tengo el problema de que se suponía que el sitio tenía que ser mágico, puesto que tengo una visión clarísima sobre el cuarto encantado que he descrito en este capítulo, y no es, ni mucho menos, como la fotografía. Digamos que el desván estaba así en tiempos de Gill y Cedric, y lo demás ya lo averiguareis vosotros... ^^ Un beso, disfrutad, sed felices y espero vuestras opiniones y críticas, cariños míos :)
El regreso al Internado se hizo interminable para Jay. Sólo duraba una media hora, pero fue el tiempo suficiente para que Abby le contara con pelos y señales su “cita” con Louis.
-Pues verás, estaba yo tan tranquila mirando a ver si encontraba el libro de Poe que andaba buscando, a esto que escucho unos pasos y me lo encuentro más feliz que unas castañuelas, con sonrisa bobalicona mirándome. Le digo, “¿qué quieres, pelo-pincho?”, y se me acerca, intentando movimientos sexys que no le salían. Cuando está a pocos metros de mí, empieza a decirme que le encanta mi pelo, le apasionan mis mechas- comenzó a acariciarse el cabello, que esta vez estaba teñido degradado, de forma que las puntas terminaban siendo en un color entre morado y rosa fluorescente-, así que me quedo preguntándome qué cojones quiere el feo éste. Y sigue hablando, y hablando, que si le molaba mi top negro, que si tenía unos ojos muy bonitos, que si... Hubo un momento en que dejé de escucharle, y decidí intentar escabullirme. Cuando estaba a unos pasos de la escalera, me agarró por la cintura y me dio la vuelta. ¡Adivina lo que hizo!
-¿Qué hizo?- la voz de Jay sonaba entre aburrida y exasperada.
-¡Me besó!- Jay la sorprendió con cara de incredulidad. No por lo que Abby hubiese querido imaginarse, sino porque nunca pensó hasta dónde sería capaz de llegar su amigo con tal de conseguir una sudadera- Sí, como te cuento. Fue asqueroso, ag, aún siento su saliva calenturienta y sus labios viscosos mezclados con los míos- puso cara de fatiga, y continuó con su relato- ¡y lo peor es que no me soltaba! No puedes imaginarte la fuerza que tiene el chaval. Me había agarrado de la cintura y por más que intentaba zafarme, seguía con su lengua metida hasta mi esófago.
Jay hubiese preferido no escuchar tantos detalles.
No muy lejos de allí, Kath estaba sentada junto a Sissie, mirando cómo su estúpida compañera de cuarto se lamentaba porque Louis la hubiera besado.
-Pobre idiota. Louis es demasiado para ella- masculló.
-Bueno, Kathy, Louis tampoco es demasiado freak para Abby, ya sabes.
-Sí, quizás uno con el pelo morado le parecería más guapo que un chico castaño, atlético y de ojos melosos- comentó Vanessa, que estaba sentada en la parte de atrás.
Ni Kath ni Sissie dijeron nada al respecto, pero se notaba la leve “inclinación” de su amiga por Louis.
Más atrás, Abby seguía con su relato:
-Después de cinco minutos metiéndome boca, conseguí quitármelo de encima. Si no llega a ser porque aún estaba agotaba del trabajo de librarme de él, te juro que lo hubiese ahogado con su propia y asquerosa lengua. Le espeté que qué estaba haciendo, y todos los tacos que recoge el diccionario, y cuando salí a correr hacia las escaleras volvió a agarrarme. Me puso contra una pared, agarró mi mano y... trató... de acercármela a su... cosa. ¿Te puedes creer?
Jay trató de reprimir la risa. Desde luego, tendría que regalarle el estadio del Manchester United a su compañero; porque, lo que es distraer a Abby, se lo había currado.
-¿Qué hiciste?- preguntó, para disimular un poco.
-Le escupí en la cara y aproveché mientras se restregaba la saliva de los ojos para salir corriendo. ¡Qué se habrá pensado el niñato ése que soy yo, vamos! ¿Me ha visto chica fácil puesto en algún lado?- gritó. Y, de pronto, como si tuviese un botón de “Apagado-Encendido”, cambió a la Abby cabreada por una Abby mucho más dulce- Además, yo sólo le dejo a alguien que me haga esas cosas- paseó sus dedos por la oreja de Jay, mientras miraba de reojo hacia el asiento de Kathleen y Sissie.
Se acercó sigilosamente a Jay y lo besó. Dio la casualidad de que en ese momento Kathleen había acertado a mirar hacia atrás. Al ver aquella escena, sintió como si miles de cuchillos se clavaran en su estómago, y se volvió, con las lágrimas aflorando.
-Jay se la ha quitado de encima ya- le dijo Vanessa, en tono de concilia.
Le daba igual que se la hubiese quitado de encima, no podía soportar aquellas escenas, cada vez menos. No sabía si era bueno, pero Jay estaba creciendo a paso agigantado dentro de ella.
-o-
La mañana de domingo había amanecido extraña. Hacía un calor bochornoso, para ser principios de octubre, y sin embargo, la humedad impregnaba el ambiente.
Sólo Kathleen y Jay sabían que aquello se debía a cuenta suya, que sus sentimientos ya estaban jugando a su antojo con el tiempo. Bueno, quizás alguien más acertara a decir que la situación atmosférica corría a cuenta de los chicos, pero ellos ignoraban esto por completo.
Kathleen deambulaba por los pasillos. Eran las diez de la mañana, pero se estaba ahogando de calor en la habitación. No entendía cómo sus compañeras podían seguir durmiendo con la manta hasta el cuello.
Se preguntaba qué hacer, cuando se le encendió una bombilla.
Alguna vez había escuchado decir a Keegan que en el desván de la biblioteca había muchos anuarios y artículos de periódicos antiguos relacionados con el Internado, además de un libro, “Secretos y Leyendas del Brotherhood”, en el que se recogían todas las historias que se decían sobre el Internado. No le extrañaría un pelo que ese libro existiera, y que su director lo hubiese escondido allá arriba, para evitar la posibilidad de que alguien más lo leyera.
Así es que se encontró en la puerta de la biblioteca. ¿Entraba o no entraba? Seguramente, Margaret ya habría llegado. Desde la gran reprimenda de Ida, solía estar en su puesto desde el ser del día hasta las tantas de la noche, domingos incluidos. Y, despistar a Margaret era más difícil. Estuvo pensando en llamar a Louis, aunque, seguramente, la bibliotecaria fuese más difícil de entretener.
-Sh, sh- la sobresaltó un murmullo a su derecha. Se giró bruscamente, y oyó cómo la llamaban detrás de la columna- Kathleen, aquí.
Se acercó, y cual no fue su sorpresa al descubrir a Jay en pantuflas y pijama allí escondido.
-¿Qué haces?- le espetó, con no demasiada delicadeza.
-Estaba en el servicio cuando oí pasos. Me asomé y te vi bajando las escaleras como un zombie. Decidí seguirte.
-Ah, claro, y éste es tu esmoquin, ¿no, James Bond?
Jay la miró, ruborizado, al tiempo que se cubría con los brazos la blusa de cochecitos que llevaba puesta.
-No estamos hablando de eso. ¿Qué querías buscar en la biblioteca?
-No sé, ¿por qué no vas mejor y se lo preguntas a tu amiguita Abby, que tan bien te conoce?
-Kath, no seas infantil. Ya no sé cómo explicarte que Abby se me echa encima sola. Además, también te he dicho mil veces que a mí me gusta otra persona.
-Sí, pero nunca terminas de decirme quién es...- cuando Jay empezó a balbucear algo, tuvo que cortarlo- ¿Ya estás nervioso otra vez, no? ¡Qué asfixia!
-Ya... En fin... ¿Qué es lo que quieres?
-Subir al desván. No sé, quizás en la buhardilla haya algún dato sobre Gill y Cedric que pueda ayudarnos.
-Vale, ¿entramos?
-¿Y Margaret qué, eh?
-La última vez que distrajimos a Margaret casi pierde su trabajo. Y cuando entré sin que estuviese ella, me faltó nada para matar a Callum. Así que, habrá que intentar que nos deje subir.
Era lo mejor que se le había ocurrido hasta ahora, así que a Kath no le quedó otra que seguir a Jay al interior.
La biblioteca estaba mortalmente silenciosa. Se podía oír hasta el aleteo de una mosca.
Margaret estaba sentada tras su escritorio, con la mirada sumida entre las páginas de un libro.
Se acercaron a su mesa, y la bibliotecaria alzó la vista, mirándoles cándidamente. Había cambiado la montura de sus gafas, seguían siendo grandes, pero ahora eran azul cielo. Con ese color, sus profundos ojos avellana destacaban más de lo habitual. También llevaba el pelo recogido en una coleta muy alta. Estaba guapa, sus facciones se veían más claras. Y, ahora que se había desprendido de las greñas sobre la cara y las gafas antiguas, había algo preocupante en su rostro: era exactamente igual que alguien. No sabían quién, pero los dos habrían acertado a decir que aquel rostro lo habían visto anteriormente en alguna parte. ¿Sería posible?
-¿Qué queréis, cielos?- Margaret era tan dulce y educada como aparentaba su sereno rostro.
-Bueno, verás, Margaret...- comenzó Jay. Los sorprendió un ligero cortocircuito.
-Queríamos subir al desván- lo cortó Kathleen cuando la luz volvió en sí.
-¿Ah, sí? ¿Y eso, bonitos?- Margaret empezó a interesarse en la conversación
-Nada, queríamos buscar una cosa para un trabajo- Jay se sorprendió con la frialdad y facilidad que tenía para mentir.
-Claro que sí. Tomad las llaves- les ofreció un llavero.
-Pero, Margaret... El director...
-Tranquila, guapa, éste será nuestro secreto- les guiñó un ojo- Da igual lo que diga el director, algún día tendréis que descubrir la verdad. Venga, corred a por ello.
-¿Qué bicho le ha picado a está?- susurró Jay, al tiempo que terminaba de forcejear con la cerradura- Sube.
Se introdujeron en el pasadizo, y subieron por las escaleras.
La escalinata tenía forma de caracol, y estaba hecha con piedra caliza grisácea, fría y algo arañada ya.
Al llegar a la parte de arriba, se quedaron boquiabiertos: la estancia era muy grande, aunque con techo abuhardillado, cubierta con parqué de madera. Había un gran ventanal hecho de vidriera en la pared derecha, lo cual le confería distintas luces a la habitación. En la pared del fondo empezaba una gran estantería, que se corría hasta la mitad de la pared izquierda, y estaba cubierta de libros y cientos de armatostes, como cartas esféricas, globos terrestres o brújulas. En el pedazo de pared que quedaba libre, había un escritorio y un alargado espejo. El resto de sala lo completaban diferentes baúles o elementos sueltos desperdigados por el suelo.
-Dios mío- acertó a articular Kathleen- es la habitación más bonita que he visto nunca. Es como...
-¿Mágica?
-Sí, eso. Me resulta muy familiar...- musitó Kathleen suavemente- ¿Ja-Jay?
Jay ya no estaba. Su mente vagaba a través de uno de sus múltiples recuerdos:
Era el mismo desván, pero la frialdad del ambiente era palpable. La luz entraba fina e insegura por la vidriera, aunque debía ser de noche, puesto que la estancia tenía un tenue halo mortecino. En mitad del lugar, había una silla alta y aparentemente incómoda. Sentada en la silla estaba una alta muchacha. La tenían amarrada a la silla con una correa, y le habían metido un pañuelo en la boca. Las lágrimas surcaban su rostro, teñido de pánico. Uno de sus preciosos ojos verdes estaba morado, su larga trenza completamente deshecha, y la sangre le goteaba por la pierna hacia abajo
Adelante”, tronó una fuerte voz masculina, que a Jay le era ligeramente conocido.
Desde la sombra se fue perfilando una silueta, que no tardó en estar delante de la chica. En el recuerdo no se lograba ver su cara, pero parecía una mujer delgaducha y muy, muy baja, aunque su agresividad era la de un tigre. Elevó una jeringuilla y se fue acercando extrañamente tranquila hacia la chica, cuyo rostro se iba tornando cada vez más asustado.
Cuando casi tenía la jeringa introducida en su brazo, una voz acompañada de un empujón la sorprendió. “¡Noooooo! ¡Gill! ¡A ella no, por favor! Sácame toda la sangre que quieras a mí, como si quieres matarme, pero a ella no, por favor”, suplicó el chico que ahora estaba sobre Gill, Cedric se suponía. Si Gill estaba demacrada, Cedric era un muerto viviente. Su cara estaba llena de cortes y moratones, la sangre le manaba del labio hinchado y la camisa rasgada, que dejaba entrever sus múltiples heridas; por no hablar de su leve cojera. Tenía las manos esposadas a la espalda, pero eso no le impedía apoyar su frente sobre el hombro de su chica. “Estate quieto”, volvió a bufar la voz masculina.
Finalmente, una sombra apareció paseándose como desde dentro del espejo hacia afuera, Jay imaginaba que se estaba reflejando desde la parte de enfrente del espejo pero, de repente, una mano retiró el cristal y una gran y oscura persona se apareció desde la otra cara del espejo.
El recuerdo cesó. Una espesa lágrima rodó por la mejilla de Jay, la cual le nubló la vista por unos segundos. La recobró al tiempo que oía a su rubia compañera llamarle.
-¿Qué te ocurre, rubiales?
-El... espejo... Se abrió.
-¿Qué? ¿Cómo se va a abrir un espejo, Jay? ¿Qué clase de visión has tenido?
-La más horrible de mi vida- cerró y abrió rápidamente los ojos, y se dio la vuelta hacia el espejo. Posó sus dedos sobre el cristal- Gill y Cedric estaban aquí, y los estaban torturando. Y él también estaba aquí.
-¿Quién es él, Jay?
Kathleen se estaba empezando a preocupar. Veía sombras y oía pasos por todas partes; pero lo que más mal la ponía, era la expresión de dolor de su compañero. Si la hubieran dejado, lo abría abrazado diciéndole que todo saldría bien. Claro, que eso también se lo habían quitado.
-¿Jay?- volvió a preguntar.
-Él era aquel del que nos advirtieron, el que quería muertos a Gill y Cedric; el que nos quiere muertos a nosotros. Bueno... muertos no. Quiere algo nuestro, lo mismo que les estaba intentando arrebatar a ellos. Déjate de buscar fantasmas, Kathleen Gray, lo primero que tenemos que averiguar es qué es lo que tenemos de especial, qué es lo que somos en realidad.

2 comentarios:

  1. los desvanes antiguos son siempre tan mágicos.. :)

    pobres Gill y Cedric..lo que debieron de sufrir.. me ha gustado mucho la parte final..

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    1. Sí, tienen mucho "encanto", nunca mejor dicho jaja. No te imaginas bien, ya lo verás más adelante... Oh, gracias, me alegra que te esté gustando mi pequeña historia :D.

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