jueves, 28 de febrero de 2013

Capítulo 17: La reina blanca.



Buenas a todos mis corazones. ¿Cómo estáis? ¿Andáis de exámenes? Yo sí, de hecho, en estos momentos debería estar estudiando, pero miradme, aquí estoy. Sé que el principio del capítulo puede llegar a ser muuuuuy aburrido, lo siento, pero es que hay cosas que aunque ahora no parezca que tengan sentido, tienen su por qué. Y siento que llevéis algunos esperando con ansias y os decepcione, no es una de mis mejores creaciones pero, en fin... El siguiente prometo que guarda un par de sorpresas:) Bueno, no tengo mucho más que decir, quería sólo agradecer a todos los que me leéis, para mí es un sueño que os guste esta pequeña historia que se me ocurrió tal día como hoy. ¡Un besazo y espero vuestros comentarios, vuestras críticas... Lo que queráis! :)

Kathleen volvió a pasar la plancha a través de sus mechones, el vapor manando de su cabello. No era tarea fácil lograr que su rizada melena quedara completamente lisa, por eso casi nunca lo intentaba. Sin embargo, para celebraciones como hoy, le gustaba verse arreglada.
Se retiró del lavabo, salió del pequeño cuarto de baño y volvió a su habitación. Tomó el vestido que había dejado sobre la cama y se lo puso. Era negro, de cuello cisne y con algunas pasamanerías debajo del pecho. Había pertenecido a Ellen, una de sus madres adoptivas y, por algún inexorable motivo, le tenía especial aprecio. Se puso también las medias de fantasía gris platino, y los tacones negros. Volvió a caminar hacia el cuarto de baño.
"No pasa nada, Kath", le dijo a su reflejo, inspirando, "sólo es una cena de Navidad", se dio una capa de polvos faciales y se pintó los labios con brillo rosa, "sólo otra cena más", se puso los pendientes y se pasó el rímel, "no tienes por qué estar nerviosa", expiró. Demonios, sí tenía por qué estar nerviosa.
Estaba sola con Jay y un grupo de personas cuyas intenciones con ella eran dudosamente buenas, en un internado perdido en mitad de ninguna parte, en un frío día de Nochebuena. ¿No sonaba todo a película de terror?
"Te sugestionas demasiado, chica", se convenció, mientras tomaba el abrigo y salía de la habitación.
Bajó al vestíbulo, donde la esperaba Jay. Se había vestido con una camisa celeste claro, que reflejaba el brillo de sus ojos.
-Hola, ¿listo?
-Sí- le dijo, una tímida sonrisa dibujándose en su rostro- todo lo que podría estarse.
-¿Nunca has estado en una cena de Nochebuena?
Jay negó con la cabeza, y exhaló un entrecortado suspiro.
-Mi primera familia de acogida no la recuerdo, tenía sólo tres años. Después, estuve cinco años viviendo con unos testigos de Jehová, y ellos no celebran ningún tipo de fiesta. Mi última familia de acogida me devolvió al Internado a los dos meses de conocerme, incluso antes de que llegara Navidad.
Su expresión era algo alicaída. Kathleen esbozó una sonrisa en señal de empatía.
-Bueno, hoy descubrirás la magia de la Navidad.
Jay asintió y se dirigieron al comedor del Internado, aunque ninguno de los dos esperaba descubrir aquella magia.
Jay abrió la puerta con sumo sigilo, y asomó la cabeza a través de una pequeña rendija, estudiando la situación.
-Señor Dennison- carraspeó el director, al notar su presencia- pase, por favor.
Abrieron plenamente la puerta y entraron.
El director los fulminó con la mirada.
-Creía que ustedes dos no podían ir juntos- comentó.
-Nos encontramos en la puerta- se apresuró a responder Kathleen.
El director asintió y se acercó a ellos. Llevaba un anticuado traje de chaqueta gris, a juego con su mirada depredadora, que parecía estar perforándoles la vista a los chicos.
-Vengan y conozcan a nuestra pequeña, familia.
Los condujo por la inmensa sala.
Tras la barra de la cafetería, se apoyaba Abby, inmersa en contestar los mensajes que recibía su móvil. A diferencia de Kath, ella se había rizado el pelo, y se lo había teñido con mechas de un sucio color magenta, a juego con su ceñido top de brillantes.
-Ey- musitó cuando los vio, dedicándoles la mueca más parecida a una sonrisa que era capaz de ejecutar.
Un poco más a la derecha, poniendo los cubiertos en la mesa, estaba doña Ida. Como de costumbre, se había embutido en un vestido hortera de estampados estridentes.
También se andaban pavoneando por allí Aurora, con su triangulada cara; y el doctor Greyback, tan serio como siempre.
-Bueno, creo que a todos los conocen- dijo el director, y movió la cabeza hacia la puerta que comunicaba el comedor con la cocina.
Los chicos se giraron hacia ella, y vieron salir a Margaret, quien, por su expresión, tenía las mismas ganas de ser partícipe en aquella cena que ellos.
-Hola, chicos- comentó, sus ojos marrón claro oscurecidos y sin vida.
Finalmente, salió tras ella una mujer portando una bandeja con un gran pavo en salsa. Ella sí que les era completamente desconocida.
-Oh, perdonen, es verdad.
Cuando la mujer llegó a la mesa, don Warwick se puso a su vera y les dijo:
-Mi mujer, la madre de Abigail.
La señora les dedicó una gélida sonrisa. Sus labios carnosos y sus pómulos salientes eran, obviamente, fruto de una cirugía. Además, era, al menos, diez centímetros más alta que Abby. Sin embargo, la piel estirada de un blanco impoluto, los fríos ojos de ese glacial azul claro, y el pelo rojizo demostraban su parentesco.
-Un placer conoceros, chicos, estaba intrigadísima. Abigail habla mucho de vosotros.
-Eh... Gracias- contestó Jay confundido- el placer es nuestro, señora Rumsfeld.
Las comisuras de la boca de la mujer se elevaron hasta formar una mueca de desagrado.
-Llamadme Grace, si nos os importa. Rumsfeld es agua pasada- y besó al director.
Ugh, asqueroso.
Tomaron asiento en la mesa: Jay a la derecha del director y a la izquierda del doctor y de Grace; Kathleen entre Margaret y Abby, y enfrente de Ida.
-¿Podemos empezar a comer ya? Es que se va a enfriar la comida- inquirió la prefecta, el gusanillo del hambre impreso en su gesto.
-Sí, Ida, puedes empezar- resopló Abby.
Acto seguido, la mujer se tiró sobre el plato de langostinos, y se puso a engullirlos de cinco en cinco. Los demás comenzaron a comer también.
Kath apenas probaba bocado, miraba alternamente a todos los presentes, sin saber bien qué esperar.
-Y... ¿Os gusta el Internado, chicos?- comenzó la madre de Abby, cortando un pedazo de rosbif.
-Sí, claro- le contestó Kathleen, tratando de esquivar su mirada.
Se centró en estudiarla y descubrió algo que la dejó fría: sobre la muñeca de Grace se perfilaban las letras griegas de Alfa y Omega, "El principio y el fin". Estaban marcadas del mismo modo que el tatuaje del infinito en la muñeca de Abby, de una forma que quedaba impresa en la piel, como hecho a conciencia.
Tragó duró.
-¿Cómo que estás tú aquí, Margaret?- se interesó Jay. Las palabras le salieron casi por accidente, sin pretenderlo siquiera. Temía que hubiera metido la pata.
Miró al doctor Loick, quien fulminaba a la bibliotecaria con la mirada. Ésta se apresuró a limpiarse las comisuras de los labios con una servilleta y a responder:
-Oh... Ya sabes. Iba a estar sola en casa y el director se ofreció cordialmente a invitarme a cenar con su familia.
-Realmente, ¿ustedes son familia? Si no es entrometerme en sus vidas privadas- siguió Jay, en sus trece.
"¿A dónde quieres llegar, rubio?", le gritó Kath con la mirada. La tensión en el ambiente se podía hasta cortar con un cuchillo, no necesitaban que Jay añadiera incomodidad al asunto.
Aurora se aclaró la garganta, y movió su alargada cola de caballo a ambos lados de la cabeza.
-Sí, digamos que somos muy amigos, pero nos hemos criado muy unidos.
Abby resopló, y miró a Jay de forma muy tentativa.
-Bueno, creo que podemos pasar al postre- trató de retomar Grace la conversación.
No es que les apeteciera mucho, algo les decía que habrían envenenado la tarta o que contendría una bomba al estilo Peter Pan, quién sabe.
Finalmente, todos accedieron y se dirigieron al salón a comer el postre.
Kath se sentó en el mismo sofá que Margaret.
-¿Quieres mi pedazo de tarta?- le tendió el plato de desmoronado pastel de fresas.
-Crees que tiene matarratas o que está hecha con cuchillos, ¿eh?- le dio un suave codazo y le sonrió de forma cómplice.
Un poco más allá, sentados en una mesa camilla, estaban Jay y Loick, jugando al ajedrez.
-Mueve tú- le indicó el doctor, moviendo la cabeza hacia las fichas negras.
Jay titubeó un poco, tomó un alfil y lo cambió de posición varias casillas en diagonal. El señor Greyback le sonrió astutamente, los afilados dientes asomándole.
-¿Te gusta el ajedrez?- le preguntó, moviendo un peón. Era un movimiento sin mucho sentido; sólo servía para dejar descubierto al rey.
-S-sí- la voz le temblaba- me enseñó mi tutor en el orfanato, era un gran aficionado.
El doctor Greyback se apoyó el rostro sobre la mano, y volvió a sonreír de manera desafiante.
-Debió enseñarte ciertas cosas.
Agarró con fuerza la reina blanca y la movió, matando al alfil negro de Jay.
-Jaque.
Mientras Jay movía un peón, él seguía hablando.
-¿Ves a la reina? Es mi figura favorita. Parece tan vulnerable; pero sabe moverse con sigilo, por todas las direcciones. Es una asesina mortal- su cara se arrugó, sonriendo de nuevo.
-Es una forma muy drástica de ver el juego.
Loick se inclinó hacia atrás, soltando un sonido gutural que parecía una carcajada. El maloliente tufo del alcohol taponó la nariz de Jay.
-Es mucho más que un juego- se volvió hacia delante, acercándose más y más al chico- es la vida. Tienes que estar atento, fijarte bien. Siempre tienes que ir un paso por delante, calcular tu jugada. Tú ibas esperando comerte a mi rey, pero no habías contado con mi movimiento. Si sigues así, querido Jay- la conversación comenzaba a convertirse en un susurro, algo entre ellos dos- algún día, quizás, un movimiento te contamine.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Jay. Ese color de ojos... ¿Dónde lo había visto antes? Lo asociaba con un mal recuerdo.
¿Por qué en torno a esas personas todo eran malas vibras?
                                                                     -o-
Clic, clic, clic. El sonido del tecleo inundaba la habitación. La chica se apresuraba a escribir algo en la barra de navegación de Google.
De repente, la puerta se abrió.
-Sissie... ¿Qué estás haciendo?- le preguntó Keegan, sorprendido.
Se suponía que, tras la cena de Nochebuena, Sissie iba a ir a una fiesta a la casa de campo de la familia Lloyd con Keegan.
-Estoy... Buscando una cosa- le contestó, sin apartar la vista de la pantalla. Agitaba el ratón a través de la mesa, sus ojos vagando y leyendo la información ante ellos.
-Sissie, cariño, no es por ponerme pesado, pero mi hermano nos está esperando abajo en el coche. ¿Tan importante es lo que estás buscando?
Sissie se volteó hacia él y lo miró, sus límpidos ojos turquesa muy abiertos.
-Estoy... Preocupada.
-¿De qué, cariño?- se acercó a ella y la tomó de las manos. Jugueteó, pasándole suavemente los dedos sobre sus nudillos y besándoselos- Me lo puedes contar, ¿sabes?
-No sé, creo que tienes razón.
-¿Sobre qué?
-Sobre... Margaret. No sé, fue como una iluminación que tuve esta tarde, cuando hablé con Kathy y me dijo que la bibliotecaria también estaba en la cena. Todos sabemos que cuando el director deja entrar a alguien a su clan, es porque es de los suyos.
-¿Y qué piensas hacer?
-Mira.
Le mostró los resultados de búsqueda. Había distintas ventanas abiertas, y en cada una había buscado uno de los titulares de periódico que escondía Margaret en su carpeta. No había nada llamativo; todo eran historias inconexas sin ningún punto común, sin nada que las pudiera relacionar.
Keegan se inclinó sobre la pantalla, cliqueó dos veces y abrió una nueva pestaña.
-¿Por qué no probamos a buscar el nombre de Margaret?
Tecleó Margaret Barrett.
-¿Qué estamos buscando exactamente?
-Facebook, MySpace, blog, noticia de periódico que la relacione con un delito. Premio Nobel que haya ganado. Su diploma de universidad. Lo que sea.
Keegan calló y miró la pantalla, abriendo los ojos como platos. Sissie estaba igualmente anonadada.
Ni redes sociales, ni blog, ni nada.
No hay resultados para su búsqueda, era todo lo que inundaba la pantalla del monitor.
Como si Margaret no fuera real. Como si no existiera.
                                                                        -o-
-Barto, shhh, ven, bonito- susurró Kathleen en la penumbra.
-¿Quién es Barto?- dio un respingo al oír la voz a sus espaldas. Se volvió rápidamente.
-Eh...- se mordió el labio y encaró a Jay- nada. Creo que estás un poco obsesionado. Sólo decía, um, que es muy bonito el cuadro que pintó, eh, Sissie.
-No conocía la faceta de artista de Sissie- las comisuras de los labios de Jay se fueron elevando poco a poco, hasta formar una amplia sonrisa.
-Es, um, un secreto de Estado o algo así- comentó Kath, pasándose apresuradamente las manos a través de su cabello.
-¿Y contabas lo de que te gusta el cuadro para quién, para ti misma o para ese cachorro de pastor alemán que se revuelca en tu alfombra?- levantó la vista y sobre la cabeza de Kathleen, descubriendo a Barto corretear tras de ella.
Kath suspiró.
-Soy una pésima mentirosa, lo sé- tomó a Barto entre sus brazos, lo acarició y dejó que babeara toda la cara de Jay- la madre de Sissie quería deshacerse de ellos. En teoría, se lo hemos vendido a la madre de Abby.
-No creo que en casa de Grace Rumsfeld haya más perros aparte de ella- aguantó la risa-. Bueno, sí, su hija. Y el director. Aunque creo que ni los perros son tan animales como ese hombre. ¿Recuerdas la cabeza de elefante en su despacho?-se estremeció.
Una sensación de frío hielo se deslizó a través de Kath, inundándola.
-Bueno- comenzó, sólo por sacar conversación y evitar los pensamientos sobre animales muertos que se sucedían en aquellos momentos en su mente- ¿A qué has venido, a averiguar lo del perro, o hay algo especial que quieras decirme?
Jay se inclinó hacia delante, quedando a escasos centímetros de ella, sus rostros tan cercanos que podían sentir el aliento y la respiración del otro.
El pulso de Kath se aceleró, el corazón a punto de salirse de su pecho. Tragó duramente saliva.
-No te asustes, Ojos Verdes, no te estoy rozando- la tranquilizó Jay con su calmada voz. Podía sentir el miedo que se apoderaba de ella.
Sabía que aquello no estaba bien. Sabía que debería dar varios pasos atrás como mínimo. Y, sin embargo, allí estaba esa extraña atracción que la anclaba al suelo. Sus pies se hacían pesados y se negaban a responder ante la alarmante orden de su cerebro de poner distancia entre ellos. Ese magnetismo que crecía entre ellos no podía augurar nada bueno.
-Relájate- siseó.
-Lo estoy- le contestó ella, fallando en el intento de sonar casual.
-La puerta congelada te delata- apuntó.
Miró sobre su hombro, a la puerta entornada tras de ella. En el punto donde tenía apoyada la mano-algo húmedo debido a la fría y pesada tormenta que se cernía sobre el Internado- se había formado una gruesa capa de escarcha. Odiaba sus poderes.
Y odiaba la forma en que Jay era tan sibilino. Sin embargo, de cierto modo la inteligencia del chico era motivo de su adoración, junto con tantas otras cosas.
-No me entretengo más, aunque sabes que adoro tu compañía, ejem, que tenemos cosas que hacer- murmuró, la sombra de una sonrisa dibujada en su rostro-Margaret me ha dicho que trataría de entretener al director y su pandilla. No sé ya si la bibliotecaria es de fiar, pero no tenemos mucho más a lo que aferrarnos. Sígueme.
¿Por qué estaba siguiendo a Jay en mitad de la penumbra? Sí, dudaba que, precisamente él, la fuera a asesinar a sangre fría, pero no es que fuera la idea más inteligente que los encontraran perdidos en mitad de la noche. Ay, Dios santo, se estaba volviendo paranoica.
Llegaron al final del pasillo de la segunda planta.
-¿Qué estamos haciend...?
-Chst- fue el único sonido que profirió, mientras forcejeaba con la cerradura de lo que, aparentemente sólo era un armario de la limpieza.
Cuál no sería la sorpresa de Kath cuando lo abrieron y descubrieron un pasadizo que conducía a algún lugar cavernoso.
Se colaron y comenzaron a subir las estrechas escaleras de caracol. Eran de piedra caliza, oscuras, silenciosas y mortíferas. El agua se filtraba a través de la numerosas grietas de sus paredes, empapándoles las cabezas. Por no hablar de las telarañas que pendían del techo, y ese halo de misterio que los envolvía. Cualquier mínimo sonido habría parecido peligroso allí.
Siguieran andando a ciegas, hasta subir encima del todo y hallar una puerta que, al abrirla, no era otra cosa que una de las estanterías de la buhardilla.
-¿Cómo lo has sabido?
-No lo sabía- se sonrojó Jay, tomando un catalejo del suelo y llevándolo sobre su ojo- sólo quería probar a ver a dónde íbamos.
-Pues acertaste- Kathleen se sentó en el frío suelo de madera, y estudió atentamente la estancia. Seguía resultándole mágicamente atractiva.
Observó un gran baúl de caoba un poco más allá de la ventana. Se acercó y se agachó a su lado.
-¿Necesitas ayuda?
-No soy tan manitas como tú, pero espero que si tiene la llave puesta podré abrirlo.
Jay se sonrió y volvió a su ensoñación leyendo las contraportadas de los libros de la estantería. Todos eran de temas fantásticos.
Kath terminó su guerra contra el cerrojo y abrió el baúl. Nada más hacerlo, el olor a tinta, moho y papel antiguo llenó el ambiente. Miró detenidamente el contenido. Sólo había cartas, cartas y más cartas. Alguna fotografía extraviada, algún diario, papel de envolver regalos...
Tomó varias cartas y las apoyó sobre su regazo.
-¿Algo por ahí?
-No gran cosa. Son correspondencias entre una tal Rosalina Witter y un matrimonio, los Morris. A ver...- sopló el polvo sobre los nombres de los remitentes- Bessie y Roy Morris.
-¿Algo que nos pueda servir? Leámoslas.
-Eso es violar la intimidad de las personas ajenas, Jay.
-Ya, pero a lo mejor esas personas son las que traman algo contra nosotros, ¿no te parece?
-También es cierto- recapacitó.
Así es como ambos se encontraban abriendo sobres raídos con sellos coloridos de Edimburgo y Belfast, principalmente. Aunque había unos cuantos de Londres.
-¿Qué tienes tú?- inquirió Kathy.
- "Belfast, 8 de noviembre de 1993
     Queridos protegidos míos:
     ¿Qué tal estáis? Las cosas no se tercian bien por aquí. La marea ruge fuertemente, y el agua que salpica planea con esconchar aún más los finos muros de la casa de Ben. No sé si podremos soportar el invierno que se nos presenta.
Además de eso, estoy preocupada. Los de la Hermandad están pululando por aquí. He visto a ese cretino de Greyback por el mercado del pueblo con su hermano pequeño y, no sé quién era la muchacha, tal vez Aura-aunque según tengo entendido, ahora insiste en que la llamen Aurora. Tiene la cara mucho más blanquecina y sus facciones son más puntiagudas. ¿Habrá invertido otra vez en una cirugía de cara? Lo que sea. Me temo que han descubierto nuestro escondite. Quizás me vea obligada a pasar con vosotros la Navidad. Seguro que a Dani le alegra la noticia. ¿Creéis que sería posible, o estáis muy ocupados? Llamadme. Por cierto, por si Gill Bessie lo quiere saber, seguimos sin noticias. Terminaré por perder la esperanza.
Espero vuestra contestación. Vuestra siempre, GM"
Kathleen, ignorando la estupefacción que le producía el hecho de que quien fuera mentara a  los Greyback y Aurora como algo malo en aquella carta, pasó a leer la suya.
-"París, 17 de julio de 1996
   Querida tutora nuestra:
   ¿Sabías que París ciertamente es la ciudad del amor? Sus calles abarrotadas de gente, el aroma de café y cruasanes en todos los escaparates, la tranquila fluidez del Sena, el lento atardecer cerniéndose sobre la Torre Eiffel... La cadencia tan musical del acento francés y sus baguettes me enamoran. Quizás le sugiera a "Bessie" que nos mudemos aquí cuando la bebé nazca. Nunca imaginé que sentiría este remolino de emociones por su nacimiento. Tan sólo está de cuatro meses pero, oh, cuando fuimos al ginecólogo se le veían claramente todos y cada uno de sus miembros, su corazoncito palpitando lentamente. Necesito verla. Hablando de bebés, espero que todo con tu nieto esté bien. Nos dejaste muy intrigados la otra noche con lo que nos contaste. Telefonéanos en cuanto puedas. Sed fuertes. Tuyos siempre, G y C"
-Yo tengo otra cosa aquí- comentó Jay, metiendo la cabeza en el baúl-. Mira- le mostró un pedazo de papel con los bordes quemados.
-¿Qué pone?
-Hijos de agua y f. Se ha borrado lo otro. ¿De veras crees que esto es importante para nosotros en algo?
-G y C eran Gill y Cedric, querido. Ésa es la prueba de que no murieron, sólo huyeron y tomaron una identidad secreta; y lo de "Hijos de agua y f" debe ser algo importante relacionado con ellos.
-¿Cómo estás tan segura, 007?
-El baúl es de Gaelle Milner, su tutora.
-De eso sí que no tienes pruebas.
Kathleen bajó la tapa del baúl y Jay leyó claramente en la etiqueta: Gaelle P. Milner.
Jay sonrió abiertamente.
-Vaya, yo dándomelas de detective y el verdadero cerebro pensante eres tú.
-Bueno...- Kathleen enrolló un mechón de pelo en su dedo, sonrojándose- Ahora tenemos muchas piezas del puzle, nos falta encajarlas y darles sentido.
-Vale- le guiñó un ojo-. Realmente, me gusta la idea. Se te ve muy atractiva cuando estás investigando.

domingo, 24 de febrero de 2013

Trozos de cristal

Sonrisas pintadas, maquillaje de felicidad. De cara al público eres muy feliz, no hay manchas que empañen tu perfecta fachada.
Todos saben que eres tranquila: nunca contestas, nunca gritas, siempre estudias, siempre sonríes. Y si- sólo por casualidad, ¿no eres tan alegre y pausada como todos creen? ¿Y si cuando llegas a casa esa sonrisa se borra junto con los golpes con una silla? ¿Y si apagas tu voz relajada y la transformas en gritos de frustración mientras ves a tu padre herir a tu madre? Las palabras se pierden en medio del vacío, no queda nada más que aguantarte y fingir que tu casa es el paraíso.

Gorda, cerdita, ballena. Sabes que no eres una modelo de lencería, nunca lo has sido. Las miradas jocosas y las risas ahogadas de tus compañeros de clase se clavan en ti como puñales, hiriéndote. Pero a ti te da igual, ¿eh? Mientras no te falten magdalenas y chocolate que comer, todo estará bien. Todo estará bien.
Lo que nadie sospecha, es que tu indiferencia es un bonito disfraz que has ido tejiendo a tu alrededor a lo largo de los años. Los insultos son lo que más te engordan. Son los que hacen eco en las paredes de tu cabeza, rebotando de un lado a otro. Son las que se transforman en contundentes pero silenciosas lágrimas que surcan tu rostro a las dos de la mañana, cuando se suponía que durmieras.
Y, finalmente, son los que te llevan a odiarte a ti misma, a empujar tus dedos sobre tu boca, a repudiar la comida. ¿Pensarían ellos que llegarías tan lejos, princesa de hielo?

"Puta" suele ser el adjetivo más bonito que utilizan para designarte. "Guarra, zorra". ¿Qué pensará tu hijo de ti, cuando sea mayor y descubra que su madre es una zorrona que lo tuvo con diecisiete años?
Los sentimientos se acumulan en la boca de tu estómago, abrumadores, provocándote un fuerte dolor. ¿Qué pensará de ti? ¿Le importará a él, quizás, que su padre te engañara, te hiciera creer que te quería y, cuando sacó lo que necesitaba de ti, se largara? ¿Le importará que estés aquí, cambiándole pañales en lugar de en la Universidad, en la Facultad de Medicina? ¿O que vivas de okupa con tus primos, ya que tu padre te echó de casa? 
Tus sueños se rompieron en el mismo instante que él se engendró. Pero no te lo quitaste de encima. Renunciaste a todo por él, incluso a tu familia.
Y, si por lo menos, hubiera un solo amigo que te escuchara de verdad, en lugar de sonreírte cuando te ve paseando a tu bebé, y después corriera a comentar lo facilona que eres.
Reprime tus gritos, princesa, a nadie le importa lo que tú quieras.

Nadie esperaba que la sangre corriera por debajo de tus muñecas, tras haberte clavado fuertemente ese trozo de aluminio. Nadie creía que el rímel se correría por tu rostro mientras pateabas algo, preguntándote qué tenías de malo.
No te gustaba beber alcohol, preferías leer y escuchar música punk. ¿Era eso demasiado?
Quizás los empujones y los primeros "friki" que te dedicaron fueran inocentes. Pero el hacerte el vacío, el ignorarte, y los tirones de pelos, acompañados de fuertes carcajadas; ahí empezaron a pasarse.
¿Por qué no contaste nada, cielo?
Tras tu actitud de pasota se hallaba sólo un débil susurro de ayuda. ¿Qué tenías de malo? ¿Por qué nadie te quería?
Por más que intentaras evadirte, evitar los comentarios, mírate ahora, tendida sobre la bañera, la sangre goteando.
¿Crees que a mamá le gustará verte así? 

Vuestra realidad es pura farsa, vosotras sí que merecéis un Oscar a mejores intérpretes. Todos piensan que os da igual, que no os afecta. Pero todos ignoran que alrededor vuestra ha ido creciendo un cristal de falsedad, tras el que escondéis vuestra verdadera fachada de inseguridad. Sólo necesitáis que os lancen otra piedra más, y el cristal estallará en miles de fragmentos.



Espero poder publicar pronto el capítulo, tal vez la semana que viene que sólo tengo dos días instituto. Mientras tanto, sentía importante escribir esto. No son chicas en especial, son sólo representaciones de la sociedad.
Simplemente, viendo cómo chicos y chicas insultan a otros, se me ocurrió pensar, ¿y si les afecta de verdad? Nunca lo sabremos.
De hecho, hay niños que han hecho barbaridades. Y, esas chicas anónimas pero reales, protagonizan este microrrelato en el que os invito a reflexionar sobre el acoso y el poder de las palabras.

Piensa bien tus palabras, pueden ser verdaderamente dañinas.

Espero que os guste, y vuestros comentarios.
Un beso, Julia M.

lunes, 4 de febrero de 2013

Capítulo 16: Lucy.


¡Hola, lectorcillos y lectorcillas míos! ¿Cómo lleváis el invierno? :3 Como veis, esta vez he publicado capítulo bastante más seguido de lo habitual (estaba de buen humor, jes jes). Por cierto, ¿os gusta mi nueva cabecera? ¿Bonita, eh? Cortesía de Dillaardi (podéis acceder a sus geniales blogs haciendo click aquí y aquí), como parte de mi premio por ganar su concurso: crear un personaje para su historia, "Michelle". Así que, ya sabéis, leedla, será realmente buena, Palabra de Honor. En fin, no tengo mucho más que decir (bueno, sí, ¿6600 visitas? Creo que un hacker me está aumentando las visitas o algo), que el capítulo puede parecer al principio algo rebuscado, pero sentía que tenía que escribirlo así (aclaro: Lucy está inspirada en mi mejor amiga, que se llama Lucía, aunque el color de pelo y el carácter de Lucy no coinciden con los de la Lucía real); y, bueno, sólo que disfrutéis del capítulo, y, por favor, si os gusta manifestaos y comentadme, creedme que es mucho más motivante para mí (con que me escribáis "mantequilla", esta cursi ya es feliz). ¡Un besazo cariños míos!
-Jay, concéntrate, Jay- la mirada de Margaret pedía a gritos ayuda. Sabía que algo había en el chico que no estaba bien.
Los fuertes cortocircuitos se siguieron produciendo. Una gran lámpara de cristal que pendía en el centro de la sala chisporroteó y se tambaleó, cayendo de lleno en mitad de una mesa. La colisión fue monumental.
Todo el mundo comenzó a gritar. ¿Qué estaba pasando?
Keegan miró hacia donde estaban su mejor amigo y la bibliotecaria. El rostro de Jay era duro cual piedra, y sus manos estaban fuertemente apretadas en dos puños. Se acercó corriendo.
-¡Jay, aléjate de ella!- le suplicó, mirando a Margaret con desdén- ¡No es trigo limpio!
-¡Quítate del medio!- le espetó éste, y lo empujó fuertemente. Una serie de descargas eléctricas salieron de sus manos y tocaron a Keegan, quien cayó mareado al suelo.
Instantáneamente, la luz se fue. Cuando regresó, Jay ya no estaba.
Margaret ayudó a Keegan a levantarse. Una vez estuvo en pie, ella también salió a correr.
Kathleen tragó duro y estudió el triangulado rostro de la mujer que estaba anudándole una goma al brazo.
-Es para la presión, para poder sacarte mejor la muestra de sangre- le dijo, mostrando una gélida hilera de dientes puntiagudos.
Bueno, sólo se había sacado sangre para hacerse un análisis unas dos veces en su vida, pero hasta ahí llegaba para comprender, no necesitaba que la mujer se lo explicara. Y si, ¿y si se lo estaba explicando para distraerla? Es más, ¿y si la goma era un arma mortal que la dejaría en estado inconsciente? ¿Y si en realidad el director y sus amigos realmente eran vampiros? Las ideas bullían en su cabeza, a cual más estúpida e irreal, mientras que la fría enfermera clavaba la aguja de la jeringa en su piel. Sintió un leve pinchazo, y después vio la sangre subir a través del tubo de la jeringuilla.
-Muy bien- susurró el supuesto doctor. Por su tono de voz y su forma de mirar, parecía enteramente un tigre a punto de cazar a una presa.
De repente, mientras el "depredador" se acercaba sigilosamente a tomar el tubo con la muestra de sangre de Kathleen, cuando la puerta se abrió.
Alguien entró gritando, tiró varias sillas, y empotró la mesa y al doctor en la pared. Pero, ¿quién? No había nadie. 
La luz iba y venía. Kathleen miraba a todas partes, asustada, hasta que la enfermera la soltó.
Entonces, todo el revuelo cesó, y Jay apareció en mitad de la sala agarrando al doctor Loick por los pelos.
Jadeó mientras lo soltaba. Se miró las manos, y las pasó por las distintas partes de su cuerpo.
-¿Qué... Sucede?
Kathleen sentía su corazón palpitar fuertemente en su cabeza, casi hasta dolía. 
El director y los demás tragaron saliva. Margaret entró corriendo en la habitación.
-Señor Plassmeyer, creo que hay un problema con la luz, debería ir a revisar el contador.
Warwick la miró, anonadado, y respondió:
-Oh, claro. Bueno, Gray, Dennison, pueden irse a su estúpida fiestecita. Otro día proseguiremos con el análisis.
Indicó con la mano a Loick, Aurora e Ida que salieran, y Kathleen, Jay y Margaret los siguieron.
-Eso ha sido... Muy increíble- musitó Kath- ¿cómo lo has hecho? Quiero decir, yo nunca... Oh, estabas ahí y...
-No sé- Jay se sentía confundido. Estaba mareado y no recordaba claramente cómo había llegado hasta el despacho del director. Había salido corriendo de la sala, sí, pero no recordaba haberse vuelto invisible en ningún momento- simplemente, ocurrió.
La bibliotecaria fingió no escucharlos.
-Buenas noches, chicos, disfrutad de vuestra fiesta.
-Gracias- contestaron al unísono.
Cuando Margaret ya se encontraba lo suficientemente lejos, Kath se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar, nerviosa.
-Kathy... ¿Estás bien?
Levantó la llorosa mirada y se encontró con los oscuros y cansados ojos de Jay. Debía ser agotador volverse invisible.
El impulso de Jay por agacharse y abrazarla era más fuerte que su sentido común. No recordaba con claridad ninguna razón para no hacerlo. "Te matarían, idiota", se recordó. Porque ya estaba convencido: había algo extraño en el Internado, no sabía el qué, ni por qué, pero querían algo de Kath y de él.
-Yo... Pensé que me matarían.
Jay soltó una sonora carcajada, la cual sonaba tan falsa como su sonrisa de incredulidad. Él mismo había corrido hasta el despacho porque pensaba que iban a matar a Kathleen, a la única chica que alguna vez le había importado.
-¿Qué motivo tendrían ellos para matarte?
Un cosquilleo recorrió la espina dorsal de  Kathleen. ¿Qué motivos tendrían?
-No sé... No era por los motivos, era... Sus miradas. Parecían depredadores a punto de dar caza a su presa.
Las imágenes de los penetrantes ojos de la reunión se venían a su mente, perforándola. Sabía que por mucho que lo intentara, no sería capaz; no había palabras para definir esa forma de mirar. Era, quizás, demasiado parecida a la imagen de aquel doctor con aquel bebé en brazos de su visión.
-Tranquilízate, ¿vale? Todo va a estar bien, yo nunca dejaré que te hagan daño.
-Suena difícil de creer cuando ni siquiera te puedes acercar a menos de medio metro de mí.
Kathleen se levantó.
-Será mejor que volvamos a la fiesta.
-Claro, una fiesta no es lo mismo si no está la princesa de la fiesta.
Kathleen sonrió ante el cariñoso comentario de su compañero, y ambos se dirigieron de vuelta al salón de actos, el cual presentaba una deprimente imagen tras la sacudida provocada por el temperamento de Jay.
"Las lágrimas corren a través de mi rostro mientras oigo al doctor hablar. Mi hija no nacerá o, mejor dicho, nacerá muerta. En el hipotético caso de que naciera viva, duraría unos minutos.
¿POR QUÉ?, grito, ¿POR QUÉ NO PUEDE NACER? AÚN NO LE HA HECHO NADA MALO AL MUNDO PARA QUE LA CASTIGUEN.
Cedric trata de tranquilizarme. Me agarra por los brazos y me sujeta a la camilla del ginecólogo.
-Gi... Eh, Bessie, cariño. Tranquila, cariño. Verás como todo sale bien, y la pequeña Lucy nacerá sana y salva.
-Sana y salva- escupo- ¡Morirá, está condenada a la muerte, todas las Lucys lo están!- estoy fuera de mí, gritando improperios- ¡Te pedí que no la llamáramos Lucy, pero al final acepté! ¡Y mira! ¡Nos dicen que morirá! Es el destino, el funesto destino de todas las Lucys.
                                                                                             Gill, 3 de diciembre de 1996"
Aún se notaba el leve rastro de las lágrimas en el rostro de Kathleen cuando giraba a través de la pista de baile. Trataba de ignorar todo lo vivido (o, más bien, lo no vivido) un rato antes en el despacho de don Warwick.
Un esbelto muchacho se acercó sigilosamente a ella. Cuando se encontraba a pocos pasos de distancia, le señaló con la cabeza la salida, y ella asintió.
Ambos salieron. Kath seguía tranquilamente a Jay, observando cada uno de sus ingrávidos pasos, estudiando su pelo color trigal, su manera de moverse.
Cuando salieron fuera, bajo la luz de la luna, se veía más guapo que nunca.
Jay la miró. Era el momento. Se acercó hacia ella, pero no se detuvo ni cuando estuvo a sólo unos pasos. Con sumo cuidado, pasó sus dedos a través del pelo de Kathleen, chispazos de electricidad pasando a su contacto. Ella cerró los ojos.
-¿Sabes que esto no está bien?
-Ya...-contestó con indiferencia- ¿Quieres que no lo haga?
Kath abrió los ojos. Aquellas dos brillantes estrellas verdes se toparon con la pícara sonrisa de Jay.
-No he dicho eso.
Jay tragó saliva, su respiración entrecortada. Se acercó aún más al rostro de Kathleen.
Sus labios buscaron los de ella, casi rozándose.
... Jay despertó, sudando, y se pasó la mano por la frente. ¿De verdad había sido un sueño?
Obviamente, ¿no? ¿Cómo si no, Kath lo habría casi besado? Y, sin embargo, una irracional parte de él lo empujaba a pensar que había sido real. O, al menos, así de real había sentido él su contacto. Sonrió.
"Al menos, tengo un recuerdo que se acerca bastante a la realidad de lo que es estar cerca de ella". Con este último pensamiento en mente, se volvió a dejar transportar al surrealista mundo de los sueños.
                                                                          -o-

La mañana se antojaba fría, muy fría. El gélido aire invernal cortaba las respiraciones de todos aquellos osados que hubieran tenido el valor de asomar la cabeza a la calle.
En algún punto dentro del acondicionado internado, Sissie se restregaba las manos por sus brazos, castañeando los dientes.
-Tal vez debiera haberme traído la chaqueta.
-¿Tú crees?- el tono jocoso de Kath le producía arcadas.
-¿Qué? No esperaba que con los radiadores conectados fuese a hacer este demencial frío.
-Ya- su mejor amiga le sonrió, mientras caminaban a través de los fríos pasillos. Tenían que colgar carteles anunciando la venta de perritos.
-No entiendo por qué vendéis los perritos- murmuró Abby, que venía con un rollo grande de cinta adhesiva desde la puerta de la biblioteca- yo me los quedaría. Siempre son útiles como guardianes y, en caso de que no fuera así, un mosaico con orejas de perro debe ser bonito para colgarlo en la pared de tu habitación.
Sissie y Kathleen se estremecieron ante tal idea.
-Será una broma, ¿no?
La pelirroja la miró divertida, pasando su dedo a través de una de las múltiples argollas que pendían de su oreja.
-Qué cursis sois.
-Y tú qué sádica.
Sissie observó a sus dos amigas, primero a una, luego a otra. Entonces, la luz de una idea brilló en sus ojos.
-¿Y si nos quedamos con un perrito?
-¿Qué?- Kathleen y Abby la miraron sorprendidas.
-Bueno... Mi madre quiere venderlos porque no se quiere hacer cargo de tantos perros. Si nosotras nos quedáramos con uno, ya sólo quedarían tres. Bueno, quedarían seis, pero convencería a mi tía abuela para que se quedara con tres y...
-Sí, está bien, no cuento nada de lo del perro si te callas- se exasperó Abby.
-¡Bien! ¡Abby, Abby!- corearon las dos amigas.
"-Pero... Lucy... ¿Y si vienen? ¿Y si te hacen algo?
-Eh, no te preocupes- me palmea el hombro, sus conciliadores ojos celestes dándome confianza- mi madre fue uno de los suyos, ¿recuerdas? No sospecharán de mí.
-Ya...-titubeo- Pero... Si lo hicieran... Oh, no me lo perdonaría nunca.
Lucy me abraza fuertemente. Cuando me separa de ella me obliga a mirarla a la cara. Analizo su rostro cubierto de pecas, sus grandes ojos azul cielo, su nariz achatada, su larga melena marrón cobrizo. Bajo la luz del día se ve ciertamente rojo.
Mi mejor amiga me sonríe. No hay nada en ella que me diga que algo saldrá mal; al contrario, está serena, confiada.
Miro hacia Cedric, quien está parado sobre un árbol con las manos metidas en los bolsillos traseros del pantalón. Me espera; debemos partir antes de que amanezca del todo, si queremos llegar a tiempo a la estación para tomar el tren que nos alejará de todo. Lucy, que había venido a ayudarnos a recoger todas las posibles pistas que hubiéramos dejado en la cabaña, se ha ofrecido para quedarse vigilando, por si algún Miembro se acercara en el día de hoy. 
Finalmente, y viendo que no nos dará tiempo a llegar si sigo con mis melodramas, opto por abrazar a Lucy y partir. Ella estará bien, me repito.
Cedric me sonríe cuando me acerco a él y lo tomo de la mano.
-¿Ya?
-Sí... Bueno, ¡espera!- vuelvo a correr hacia Lucy, y le entrego mi cadena de plata, la cual tiene colgada una piedra morada sobre la que se ha tallado un símbolo del infinito.
-Amigas hasta la eternidad, ¿no?
Ella asiente y se lo pone. La veo mover la mano en señal de despedida mientras Cedric y yo corremos a través de los árboles. ¿Cuándo volveremos a vernos?
                                                                                                                Gill, 27 de febrero de 1982"
La madura mujer se pasó una mano a través del cabello, colocando varios mechones tras sus orejas. Se ajustó las aparatosas gafas de ver, obsoletas y pasadas de moda, con unos enormes cristales debido a las múltiples dioptrías que tenía. Aunque no pudiera usar lentillas, sabía que había gafas más modernas; era sólo su costumbre por mantener las cosas antiguas. Como aquella foto.
¿Por qué diantres la guardaba? Y, encima, en primer plano, encima de la chimenea. Por más que lo intentara, cada vez que entraba en el cuarto de estar, se topaba de bruces con aquellas dos sonrientes caras. Sus hijas, suspiró. Hacía unos dieciséis años que había visto a la pequeña. Y la mayor, que desapareció treinta años atrás, allá por los ochenta. La policía, tras una incesante pero infructífera búsqueda, decidió darla por muerta; aunque ni siquiera se había encontrado su cuerpo. 
Ella sabía- o quería saber- que su hija no estaba muerta. También habían dado por muertos a  sus protegidos, pero ellos no habían muerto; sólo habían escapado.
Exhaló otro profundo suspiro. ¿Tal vez estaba sufriendo lo que se había merecido? Ayudar a sus protegidos no terminaba de compensar todo el daño que les había hecho, persiguiéndolos desde antes de que nacieran. Y todo por conseguir algo antinatural. Si había infierno, desde luego que ella sería condenada cuando muriera.
Sus hijas, lo que más le importaba en la vida, y sin saber ni siquiera si estaban vivas o muertas. Tal vez, pensó, si consiguiera al menos ayudar a los descendientes de sus protegidos como había prometido, el karma se volvería a su favor y algo bueno le sucedería. Por desgracia- o suerte- para ella, las cosas no serían tan sencillas.
"Después de aquel día, en el que Cedric y yo escapamos, no volví a saber nada de Lucy.
Cuando nos reunimos con su madre y su hermana pequeña, casi un año después, me informaron del terrible desenlace: mi amiga había sido declarada muerta. Pero, ¿lo estaba?
Ciertamente, su familia lo ignoraba. Desapareció sin dejar rastro el mismo día en que lo hicimos Cedric y yo. 
Su madre creía que los de la Hermandad la habían secuestrado como venganza, pero, imposible, ellos aún desconocían que ella los había traicionado.
Lo cierto y verdad es, que nunca volví a saber nada de Lucy. Mi mejor amiga durante todo el tiempo que estuve en el Internado; lo más similar a una hermana que tuve alguna vez. 
A veces, en sueños, su rizada cabellera de ese inusual tono rojizo, sus pecas alrededor de la nariz, su forma de reír, se vuelven hacía a mí y me atormentan.
Ella se fue por mi culpa. Mi hija se va a ir por mi culpa. Todas las Lucys que hay a mi alrededor se van. Es el destino, mi (bueno, nuestro) fatídico destino.
                                                                                                              Gill, 3 de diciembre de 1996"