jueves, 4 de septiembre de 2014

Capítulo 25: Enjaulados (Pt. 2)


  ¡Buenas, buenas, buenas! Como veis- o eso espero-, he publicado relativamente pronto (un mes es pronto para mí, ¿vale?). Y es que de aquí a que empiecen las clases, os voy a empachar a base de capítulos. Quiero terminar. Ya estoy escribiendo el siguiente, para que veáis.

  Espero que os guste, y por cierto, me he creado Wattpad, donde voy subiendo la historia ya corregida, revisada y ampliada; por darle un toque más de libro. Una vez la termine, supongo que dejaré este rinconcito para otros menesteres.

   No sé si  la canción elegida es la más apropiada; pero creo que encaja con el sentimiento de impotencia que quiero reflejar (y actualmente estoy muy enganchada a ella, todo sea dicho).

  Sin más dilación, he aquí la conclusión del capítulo 25. Chan, chan, chaaaaaaaán...




  -Debí haber entrado yo a buscar a Jay- se culpó Gaelle-. Warwick sería incapaz de ponerme un dedo encima.

  -Fue la elección de Daniella. Supongo que quería hacer algo por su hijo. No te culpes- la consoló Keegan, mientras caminaban a través de los espesos bosques.

  La carretera y un haz azulado de niebla los envolvían. Ya solo quedaban Gaelle, Abby, Louis y Keegan. ¿Qué podían hacer?

  -Quizá debiéramos arriesgarnos nosotros también.

  -¿Arriesgar, qué? ¿Una mujer de sesenta y seis años y metro y medio de altura qué tiene ya para arriesgar?

  -Has dicho que Warwick nunca te pondría un dedo encima.

  -Sí, pero...

  Una ráfaga de aire les sirvió de envoltura en aquellos momentos. Eran cuatro almas errantes, sombras perdidas entre la maleza. No había nada en ellos que pudiera ayudar a Kath y Jay.

  -Gaelle, yo solo digo- comenzó Louis, en un tono dócil-, que todo lo que podemos perder es a nosotros mismos. El que no apuesta alto no gana. Deberíamos correr el riesgo de entrar a por ellos.

  -¿Y nos defendemos con nuestras manos y puños, as?- terció Keegan.

  -Mi padre es policía. Sé dónde guarda su pistola. Gaelle, ¿qué tal si me acercas a casa un momento?

  Tenía razón. Solo podían perder su vida, que ya puestos, no era ni tan importante. No cuando se habían propuesto rescatar a sus amigos.

  Gaelle y Keegan aceptaron y lo acompañaron a regañadientes hacia el coche. El musgo que cubría los árboles lloraba. Tal vez fuera una señal de lo que se les avecinaba.

  Abby tenía un mal presagio. Warwick era, quizá, el menor de sus problemas. La mujer con la que compartía color de pelo y apellido sí que sería un problema.

  No tan lejos de allí como ellos se pensaban, dos jóvenes conversaban, heridos por el tiempo y la pérdida, en el suelo de una cabaña herrumbrosa.

  -¿Por qué te uniste a ellos, Brenton?

  Kathleen jugaba con sus rizos dorados, los cuales a estas alturas, se habían deshecho en hebras de un color pajizo.

  -Bueno, pasaron unos tests un tanto extraños- le explicó-. Decían que eran tests para valorar el nivel de concentración de los estudiantes, la inteligencia... Yo sabía que no era así. Las preguntas que nos pasaron eran nimiedades tales como "describe un bosque". Sin embargo, yo, fanático de Freud y del estudio de la mente, sabía la verdad.

  -¿Aquellos tests eran... Un método de captación?

  -Exacto. Buscaban psicópatas. Pero no esperaban que yo los buscara a ellos antes. Les dije que sabía la verdad.

  Un inerte silencio se coló entre ellos. La estancia olía a humedad y a recuerdos enterrados durante años. Brenton continuó hablando, más que para Kathleen, para sí mismo.

  -Acorralados como se vieron, me contaron toda la historia acerca de los Hijos de Agua y Fuego; y me obligaron a formar parte de la Hermandad. De lo contrario, mi hermana formaría parte de su hermosa colección de traidores.

  Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kath, al recordar la fosa común enterrada bajo el Internado.

  -Trabajé para ellos como investigador. Yo fui quien les conseguí la dirección de tu Orfanato, así como la de Jay. Podía soportar aquella vida, mientras mi hermana estuviera a salvo. Pero entonces, llegó el encargo: querían que matara a Abby. Para su madre y su tío no era más que un engorro, y temían que se fuera de la lengua. Además, ella empezaba a sospechar que la relación de Grace-Lucy y Warwick no era más que panem et circenses, una tapadera de cara al público para no tener que explicarles su parentesco. No querían que ella descubriera quién era Grace, ni que se pusiera a investigar al respecto.

  -Pero tú no les hiciste caso. Esa fue la norma que desobedeciste.

  -No. En un principio lo intenté, recopilé mil y un libros de género policíaco para que me inspiraran el modo más inocuo posible de matarla. Pero no fui capaz.

  -Ella te gustaba.

  -¿Cómo lo sabes?- inquirió él de pronto, arropado por el dolor y las sombras.

  -Se ve en tus ojos. No fuiste capaz de hacerlo porque te gustaba la mejor amiga de tu hermana.

  -Tienes razón. Llevábamos siendo amigos desde pequeños, hasta que desarrollé sentimientos hacia ella sin percatármelo. Warwick me puso límites: tenía una semana para deshacerme de ella. Debía conseguir llevármela al bosque, y allí matarla o la mataban ellos.

  Fuera se escuchaba el rumor de la lluvia, una vieja amiga que acompañaba a Kathleen en numerosas ocasiones. El cielo lagrimeaba de color plata, mientras Brenton seguía hablando en tono pausado.

  -Fuimos al bosque, en efecto. Cuando se suponía que debiera matarla, lo que hice fue darle un beso. Después de eso huí. Loick me encontró a través de la maleza, y me amenazó el cuello con un afilado sable. Le dije que no podían matarme, ni a Abby; ya que el último frasco de sangre lo había escondido donde jamás lo encontrarían. No se lo daría mientras no nos soltaran.

  Una sensación de vacío inundó la boca del estómago de Kathleen. "El último frasco de sangre"... Sería la sangre de su padre o de su madre. Su sangre, en cierto modo.

  -A Abby la dejaron libre, pero a mí me apresaron aquí mientras les decía dónde había escondido el frasco. Conforme pasaba el tiempo y veían que yo no soltaba prenda, decidieron agilizar el plan para encontraros. Pero no me matan, no mientras no diga dónde está el último resto de sangre de Gill y Cedric.

  Un trueno fulminante se oyó a lo lejos, como el grito de algún dios enfurecido en las alturas.

  -Así llamaron al Orfanato...

  -Lo siento mucho, Kath- gimió Brenton en tono roto-. Nunca quise hacerte daño. Solo quería proteger a quienes me importaban, no pensé que ello te haría daño. Supongo que somos más egoístas cuando se trata de un desconocido.

  -Está bien, supongo que es mi destino. Confinarme aquí hasta que decidan secarme por dentro y convertirme en un terreno yermo y baldío.

  -No necesariamente- replicó él-. Durante el tiempo que formé parte de la Hermandad, investigué cosas acerca de ti y de Jay. No sois como los anteriores Hijos. Hay otro vínculo aún más fuerte entre vosotros dos.

  -No entiendo.

  La lluvia acallaba la voz de Brenton, trémula y convertida en susurros perdidos.

  -No nacisteis como los anteriores Hijos, en el seno de una familia normal. Tú eres la hija de los anteriores Hijos de Agua y Fuego; mientras que Jay nació fruto de una violación. Él es hijo de dos personas que, en cierto momento, tuvieron algo que ver con la Hermandad que os persigue.

  Aquello que contaba sonaba a cuento chino, pero tenía razón. Ellos eran los especiales de entre los especiales.

  -Él se engendró desde el odio, el de una mujer siendo herida de por vida. Tú, por el contrario, fuiste concebida en el seno del más puro amor. Estáis conectados desde lo más profundo, ni siquiera los kilómetros pueden separaros.

  Eso significaba que la distancia, en lugar de debilitarla, le daba fuerzas. Ella era como el fuego que nunca se apagaba. La voz de su interior sí era Jay: él le estaba cediendo sus poderes, mientras tomaba parte de los de ella como en un círculo vicioso y eterno. Quizá no todo estaba perdido.

  De repente, se oyó un fuerte estruendo. La puerta de madera había cedido ante la caída de un rayo. Brenton sabía que aquella era Kathleen haciendo uso de sus mayores poderes, de los que ni ella misma conocía la mayor parte. Solo había necesitado ser conocedora de la grandeza de sus poderes para darles rienda suelta.

  Fuera, en el bosque, el cielo lloraba mares ácidos, mientras que rayos y truenos se cebaban con todo lo que hubiera a su alrededor. Al salir Kathleen a las inmediaciones, la lluvia arreció por donde ella pasaba, indicándole el camino hacia el Internado.

  -Vamos, acompáñame- le dijo a Brenton, alentándolo con un gesto de manos-. Tenemos un largo camino de vuelta y mucha gente a la que enfrentarnos.

  Después de dos años de confinamiento, Brenton Tanner volvía a salir al exterior, preparado para encarar a los que quisieron relegarlo a la nada. El ave Fénix sí que resurgía de sus cenizas.

  ***