lunes, 7 de septiembre de 2015

Capítulo 27: Renacer (Pt. 1)

  ¡Buenas! Espero no ser un paquete del todo y que esta entrada se publique para cuando la tengo programada. Para cuando leáis esto, lo más probable es que la historia esté terminada y todas las entradas programadas, así que aprovecho para deciros ahora lo que pensaré en ese momento, porque lo pienso siempre: si no fuera por esta historia, por este blog, y por vosotros/as, yo hoy día sería alguien muy diferente. Así que gracias por haberme ayudado- de manera inconsciente- a crecer como persona. Un saludo y os deseo lo mejor para este curso, estudiéis o no.



  Cuando Kathleen abrió los ojos, se encontró con una pareja feliz mirándola y sonriendo; pero rápidamente la pareja se transformó en un techo con olor a desinfectante y luces blancas. ¿Dónde estaba?

  Se miró el brazo y tenía conectada una vía con suero: estaba en el hospital. Verdad, ahora de repente todos los recuerdos se agolparon en su mente a modo de balas que la iban perforando.

  La puerta se abrió y pasó una mujer de piel oscura y pelo rizado, que vestía un uniforme verde y sonreía continuamente.

  -¡Vaya, señorita Gray, por fin despierta! Mi nombre es Thelma, y seré su enfermera. Voy a pasar a retirarle el suero- y desenganchó la vía de su brazo, limpiándole la minúscula herida con un poco de algodón mojado en agua oxigenada.

  Kathleen observaba de manera distante a aquella vivaracha mujer. Su cuerpo se hallaba en aquella diminuta habitación de hospital, pero su mente vagaba por todo lo que había vivido en cuestión de dos días.

  -¿Cuánto tiempo llevo dormida?

  -Unas catorce horas, señorita. Al parecer tenía sueño acumulado, pero su salud está como un martillo.

  -¿Hay más gente por aquí...?

  Se oyó el sonido de pasos afuera, y un muchacho entró en la habitación, arrastrando un gotero consigo.


  -¡Señorito Dennison, le he dicho que tiene que descansar!

  -Me gustaría hablar con Kathleen, por favor. Solo serán unos minutos.

  -De acuerdo- respondió la enfermera, saliendo de la habitación-. Tienen cinco minutos.

  Nada más se marchó Thelma, Jay se abalanzó sobre Kathleen, le dio un beso y esta lo abrazó con fuerza.

  -¡Ay!- gritó, agarrándose el brazo en el que se localizaba la vía.

  -¡Perdona! Perdona, perdona. Me ha hecho mucha ilusión verte- se disculpó Kathleen.

  Jay tomó asiento al lado de su cama, y la miró. Por primera vez desde que la conocía, podía estar con ella sin que la continua sombra de la Hermandad se cerniera sobre ellos. No sabía si estaba feliz o triste. Le sonrió.

  -¿Qué tal estás?- preguntó, como si le leyera la mente. Y quizás, así fuera.

  Jay suspiró, mirando a través de la ventana.

  -Me siento... Raro. Me siento feliz porque puedo estar contigo sin ningún tipo de prohibiciones, tengo unos amigos maravillosos, he descubierto a mi familia, y hemos derrota a quienes trataban de dominarnos. Pero, por otra parte, todo esto se ha cobrado la vida de mi... Abuela.

  Kathleen asintió. Una tímida lágrima surcó su mejilla izquierda.

  -Gaelle nos protegió hasta el último momento, como había prometido desde antes de que naciéramos.

  Ambos quedaron en silencio mientras las primeras gotas de lluvia caían, golpeando el cristal de la ventana.

  Kathleen recordaba ahora con vergüenza cuántas veces el cielo había llorado con ella porque Jay no la miraba como ella deseaba. ¡Qué pueril había sido! Había cosas mucho peores en el mundo, cosas que no tenían arreglo ni siquiera a través de las lágrimas.

  Ambos vieron en el cristal de la ventana reflejos de una mujer de boca prieta y ojos rasgados de un color sucio, como se había vuelto su propia alma. Les estaba sonriendo, y repetía "Muy bien, mis niños." Era el último recuerdo que se llevarían de ella.

  De repente, la puerta se abrió y entró de nuevo Thelma con una bandeja de comida.

  -Señorito Dennison, debe volver a su habitación. Ya habrá tiempo de reencuentros.

  Ambos se despidieron y Jay volvió a su habitación.

  -¿Qué haces aquí?- se asustó al entrar y ver a Daniella.

  Esta levantó la vista del periódico que estaba hojeando y le dedicó una cálida mirada.

  -Soy tu madre, jovencito- le reprendió con sorna-. Ahora que te he encontrado, voy a quedarme contigo el resto de mi vida.

  Jay sonrió y se acercó a abrazarla. Jamás se imaginó, meses atrás, que llegar a ese misterioso internado le iba a suponer encontrar a su madre, el sueño de toda su vida.

  Se tomaron de las manos, y Jay miró a su madre con ternura.

  -¿Cómo está todo?

  Daniella dio un vistazo rápido al periódico: estaba abierto por la noticia de lo que les había sucedido en el Internado un día antes.

  -Louis, al ser menor, probablemente sea internado en un centro de menores. Loick, Aurora y mi hermana han sido detenidos. El resto de miembros de la Hermandad están en busca y captura. Si tan solo Lucy y yo hubiéramos seguido con mi madre...- se lamentó.

  -¿Crees que habrá lugar en ti para el perdón?

  -Hace mucho tiempo que perdoné a mi madre. Puede que la hubiera perdonado incluso antes de reencontrarnos, no lo sé. Y supongo que tampoco le guardo rencor a Luce, quizás si me hubieran lavado el cerebro a los dieciséis como a ella, ahora estaríamos compartiendo celda.

  -Me refería a si te habías perdonado a ti misma.

  -Oh, eso- asintió Daniella-. Puede que eso sea lo más difícil.

  Jay volvió a tomar la mano de su madre entre las suyas y, de repente, ante ese contacto, recordó algo que había sucedido antes de que él tuviera conciencia de sí mismo.


  "Una joven Daniella, por entonces llamada Margaret Barrett, miraba con recelo al bebé rubio y regordete que jugaba a sus pies. De entre todos los niños de los que debía ocuparse, este era el que le producía más sentimientos encontrados.

  -De haber sido un embarazo normal y corriente, querido Jay- le susurró-, te habrías llamado Dean. Pero se ve que no era posible.

  Jay la miró extrañado, con la inocencia infantil dibujada en su rostro y rió. Junto con el sonido de su risa, el café de la joven comenzó a hervir.

  -¡Au! Malditos poderes- masculló, soltando el café.

  La taza cayó al suelo y el café caliente corrió hasta tocar la pierna del niño. Este comenzó a llorar al contacto con el café.

  -¡Eh! Pequeño, pequeño- susurró su madre, cogiéndolo en brazos y mirándole la zona de la pierna quemada-. Vaya, te saldrá una herida. No llores, vida mía, mamá está aquí. Mamá no va a dejar que te suceda nada malo.

  Y fue entonces, cuando Daniella comprendió que no importaban las circunstancias, aquel era su hijo y lo iba a querer y proteger por siempre. Quizás no fuera tan distinta de su madre después de todo."


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